Mundo ficciónIniciar sesiónSOFÍA
Me despierto con la emoción de una niña en Navidad, el corazón latiéndome con fuerza en el pecho. Hoy es el día. Hoy empiezo mi «investigación» con el sheriff más sexy del Oeste. O de cualquier parte, si soy honesta. Anoche apenas pude dormir, mi mente repitiendo una y otra vez el encuentro nocturno con Luke. Esos ojos verdes, esa voz profunda, ese torso desnudo... Dios, ¿cómo se supone que voy a mantener la compostura trabajando con él? Me levanto de un salto, tropezando con las sábanas en mi prisa por empezar el día. Me visto con cuidado, eligiendo unos vaqueros que sé que me quedan bien y una blusa que resalta mis curvas sin parecer demasiado provocativa. Después de todo, se supone que estoy aquí por trabajo, ¿no? Aunque mi definición de «trabajo» probablemente difiera bastante de la del sheriff Blackwood. Bajo las escaleras de dos en dos, el aroma a café recién hecho y a tocino frito llenando mis fosas nasales. Mi estómago gruñe en anticipación, recordándome que anoche estaba demasiado nerviosa para cenar mucho. Entro en la cocina, esperando ver a Luke allí, tal vez tomando café con cara de pocos amigos, esa expresión seria que hace que se me acelere el pulso. Pero la cocina está vacía, salvo por la abuela Rose, que está preparando el desayuno. —Buenos días, cielo —me saluda con una sonrisa cálida que me recuerda a mi propia abuela—. ¿Has dormido bien? —Como un tronco —respondo automáticamente, aunque es una mentira descarada. Mis ojos recorren la cocina, buscando alguna señal del sheriff ausente—. ¿Dónde está Luke? La abuela suspira, y hay algo en ese suspiro que me dice que esto no es nada nuevo. —Oh, salió temprano, probablemente para evitar esta conversación. Frunzo el ceño, sintiendo una mezcla de frustración y determinación crecer en mi interior. Oh no, señor sheriff. No vas a librarte de mí tan fácilmente. No he venido hasta Montana, dejando atrás mi cómodo apartamento en Nueva York y arriesgando mi carrera, para que me evites como a la peste. —¿Sabes si va a volver pronto? —pregunto, intentando sonar casual, como si no estuviera planeando ya cómo acosarlo hasta que acceda a ayudarme. —Conociendo a Luke, probablemente no aparezca hasta la noche — responde la abuela, negando con la cabeza con una mezcla de cariño y exasperación—. Ese chico es más terco que una mula. Bien. Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. O en este caso, si el sheriff no viene a mí, yo iré al sheriff. No he llegado a donde estoy en mi carrera siendo tímida o dejando que los obstáculos me detengan. —Abuela, ¿me prestas tu coche? —pregunto, una idea formándose rápidamente en mi mente. La abuela me mira con una mezcla de sorpresa y diversión, sus ojos brillando con algo que parece ser aprobación. —¿Vas a ir tras él? —Por supuesto —respondo con una sonrisa que espero que transmita más confianza de la que siento—. No he venido hasta Montana para quedarme sentada esperando. Tengo un libro que escribir y un agente que perseguir. La abuela se ríe, un sonido cálido y reconfortante que llena la cocina. —Esa es mi chica —dice, lanzándome las llaves del coche—. Ve a por él, cariño. Y no dejes que su ceño fruncido te engañe. Debajo de toda esa fachada de tipo duro, Luke tiene un corazón de oro. Media hora después, estoy conduciendo por las calles de Pine Ridge, mis manos sudorosas aferrándose al volante. El pueblo es pequeño, pintoresco de una manera que grita «América profunda». Casas de madera con porches amplios, jardines bien cuidados, y esa sensación de que todos se conocen entre sí. Es el tipo de lugar que solo había visto en películas, tan diferente de la jungla de asfalto de Nueva York que por un momento me pregunto si no me he metido en un plató de cine por error. No me cuesta mucho encontrar la comisaría. Es un edificio de ladrillo rojo, con un cartel que dice «Oficina del Sheriff» en letras doradas un poco descoloridas. Parece sacado directamente de una película del Oeste, y por un momento me pregunto si voy a entrar y encontrarme con John Wayne en lugar de Luke Blackwood. Aparco frente a la comisaría, muy consciente de las miradas curiosas de los lugareños. Supongo que no es habitual ver a una chica de ciudad paseándose por aquí, con mis jeans de diseñador y mi blusa de seda. Bueno, que miren todo lo que quieran. Tengo una misión, y ni todas las miradas curiosas del mundo van a detenerme. Tomo una respiración profunda, recordándome a mí misma quién soy. Soy Sofía Vega, por el amor de Dios. He vendido millones de libros, he estado en las listas de bestsellers, he lidiado con editores exigentes y fans obsesivos. Puedo manejar a un sheriff gruñón de un pueblo pequeño, por muy atractivo que sea. Entro en la comisaría como si fuera la dueña del lugar, el sonido de mis botas sobre el suelo de linóleo resonando en el silencio. El interior es tan anticuado como el exterior, con un mostrador de madera gastada y carteles de «Se busca» en las paredes. Por un momento, me siento como si hubiera viajado en el tiempo. Hay una mujer en el mostrador, probablemente la secretaria, que me mira con una mezcla de aburrimiento y curiosidad. Tiene el pelo rubio recogido en un moño apretado y lleva una blusa bonita. Su expresión me dice que las visitas no son muy frecuentes por aquí. —¿Puedo ayudarte? —pregunta, sin mucho entusiasmo. Su voz tiene ese tono de quien ha repetido la misma frase mil veces y espera no tener que hacerlo mil veces más. Sonrío brillantemente, sacando a relucir todo el encanto que he perfeccionado en incontables firmas de libros y entrevistas. —Sí, estoy buscando al sheriff Blackwood. Soy su nueva aprendiz. La mujer arquea una ceja, claramente escéptica. Sus ojos me recorren de arriba abajo, como evaluando si estoy a la altura del trabajo. —¿Aprendiz? El sheriff no mencionó nada sobre una aprendiz. —Oh, es que es muy reciente —improviso, mi mente de escritora trabajando a toda velocidad para crear una historia creíble—. Acabo de llegar ayer. Soy escritora, ¿sabes? Estoy investigando para mi próxima novela. Un thriller romántico ambientado en un pequeño pueblo del Oeste. El sheriff Blackwood accedió amablemente a mostrarme los entresijos del trabajo policial. La mujer parece a punto de decir algo más, probablemente para cuestionar mi historia, cuando la puerta de una oficina se abre y... oh. Dios. Mío. Si hay algo más sexy que un hombre que esté bueno desnudo, es que lleve un uniforme. Madre santa. Me va a dar un infarto. Creo que no existe un solo hombre en este mundo más sexy que el sheriff Blackwood. Luke sale de su oficina, todo músculos y autoridad en su uniforme perfectamente planchado. El cinturón con la pistola a la cadera le da un aire peligroso que hace que me tiemblen las rodillas. Y ese sombrero de sheriff... ¿quién iba a pensar que un sombrero podía ser tan condenadamente atractivo? Es como si todos mis fantasías de adolescente sobre vaqueros sexys se hubieran materializado de repente frente a mí. El uniforme se ajusta a su cuerpo de una manera que debería ser ilegal. La camisa caqui se tensa sobre sus hombros anchos y su pecho musculoso, y los pantalones... Dios, esos pantalones. Abrazan sus piernas de una manera que me hace querer escribir sonetos sobre sus muslos. ¿Cómo se supone que voy a concentrarme en escribir cuando tengo semejante espécimen de hombre frente a mí? Nuestras miradas se encuentran y veo cómo sus ojos se abren con sorpresa y luego se entrecierran con lo que parece ser una mezcla de irritación e… ¿interés? Oh sí, definitivamente hay una chispa de algo allí. Esa mirada intensa, como si quisiera devorarme allí mismo... Me recuerda a nuestro encuentro nocturno, y siento un calor que no tiene nada que ver con la temperatura de la habitación. —¿Sofía? —pregunta, su voz grave enviando escalofríos por mi columna. Es como si su voz fuera directamente a mis rodillas, amenazando con hacerlas ceder—. ¿Qué haces aquí? Sonrío, sintiendo una oleada de confianza. Si él puede jugar al tipo duro, yo puedo jugar a la chica segura de sí misma. —Buenos días, sheriff. Estoy lista para empezar mi entrenamiento. Luke me mira fijamente durante lo que parece una eternidad. Puedo ver el conflicto en sus ojos, la lucha interna entre el deber y el deseo. Es como si una parte de él quisiera echarme de allí, mientras que otra parte... bueno, digamos que esa otra parte parece tener ideas muy diferentes sobre qué hacer conmigo. Finalmente, suspira profundamente, un sonido que parece venir de lo más profundo de su ser. —A mi oficina. Ahora —ordena, dándose la vuelta y marchándose sin esperarme. Sigo a Luke, muy consciente de cómo el uniforme se ajusta perfectamente a su cuerpo musculoso. Cada paso que da es una lección de masculinidad y autoridad. Dios, esto va a ser más difícil de lo que pensaba. ¿Cómo se supone que voy a concentrarme en escribir cuando tengo semejante distracción frente a mí? Pero hey, soy Sofía Vega. He escrito bestsellers sobre vampiros sexys sin haber visto uno en mi vida. He creado mundos enteros y personajes complejos con nada más que mi imaginación y una taza de café. Puedo manejar a un sheriff de carne y hueso, por muy atractivo que sea. ¿Verdad? Mientras entro en su oficina, cerrando la puerta tras de mí, no puedo evitar pensar que los próximos días van a ser muy, muy interesantes. Y quién sabe, tal vez encuentre más que inspiración para mi libro. Tal vez encuentre algo que ni siquiera sabía que estaba buscando. LUKE Estoy en medio de una montaña de papeleo cuando la oigo. Esa voz. Joder, esa voz. Sofía. ¿Qué demonios hace aquí? Me levanto de un salto, mi corazón latiendo más rápido de lo que me gustaría admitir. Respiro hondo, intentando calmarme antes de abrir la puerta de mi oficina. Y ahí está ella. Con una sonrisa brillante que parece iluminar toda la maldita comisaría. Lleva unos vaqueros que se ajustan a sus curvas y una blusa que... No, Luke. Concéntrate. —¿Sofía? —digo, intentando que mi voz suene firme—. ¿Qué haces aquí? Su sonrisa se ensancha aún más, si es que eso es posible. —Buenos días, Luke. Estoy lista para empezar mi entrenamiento. El uso de mi nombre de pila me descoloca por un momento. Es demasiado familiar, demasiado... íntimo. A mi oficina. Ahora —ordeno, dándome la vuelta antes de que pueda ver el efecto que tiene en mí. Entro en mi oficina, sintiendo su presencia detrás de mí como una corriente eléctrica. Cierro los ojos por un momento, intentando recuperar el control. Cuando los abro, ella está ahí, mirándome con esos ojos grandes y expectantes. —Mira, Sofía —empiezo, mi voz más ronca de lo que me gustaría—. No sé qué te han dicho Ethan o Megan, pero esto no va a pasar. —¿El qué no va a pasar, Luke? —pregunta, con una inocencia que no me creo ni por un segundo. —Esto —digo, haciendo un gesto entre nosotros—. No voy a dejar que me sigas. Mi trabajo no es un juego. Veo un destello de determinación en sus ojos. Dios, ¿por qué eso me resulta tan atractivo? —Pero Luke, solo quiero aprender. Para mi libro —insiste, dando un paso hacia mí—. No interferiré con tu trabajo, lo prometo. Retrocedo, necesitando poner distancia entre nosotros. El aroma de su perfume me está volviendo loco. —He dicho que no, Sofía. Esto no es una novela romántica. Es la vida real, y es peligrosa. —¿Crees que no puedo manejarlo? —desafía, sus ojos brillando con una mezcla de irritación y determinación que me hace tragar saliva. —No se trata de eso —gruño, pasándome una mano por el pelo en frustración—. Se trata de que este es mi trabajo, mi responsabilidad. No puedo estar pendiente de una escritora de la ciudad mientras intento mantener la ley y el orden. Sofía cruza los brazos, su postura desafiante. —No necesito que estés pendiente de mí, Luke. Soy perfectamente capaz de cuidarme sola. —Ah, ¿sí? —me burlo, acercándome a ella sin pensarlo—. ¿Y qué harías si un criminal armado irrumpiera aquí ahora mismo? ¿Lanzarle tu libreta? Ella no retrocede. Al contrario, da un paso hacia mí, quedando tan cerca que puedo sentir el calor de su cuerpo. —Tal vez te sorprendería lo que puedo hacer, sheriff. Estamos tan cerca que puedo contar las pecas en su nariz. Tan cerca que sería tan fácil inclinarse y... No. Para. Esto no puede pasar. —Si solo has venido al pueblo para esto, ya puedes marcharte —digo, mi voz tensa por el esfuerzo de mantener el control—. No hay forma humana de que cambie de idea. Espero que se desanime, que se rinda. Pero no. Esa sonrisa vuelve, ahora con un toque de desafío que me hace sentir cosas que no debería. —No te preocupes, Luke —dice, su voz suave como la seda—. Te haré entrar en razón. —¿Es eso una amenaza, señorita Vega? —pregunto, mi voz más baja de lo que pretendía. —Tómalo como quieras, sheriff Blackwood —responde, y juro que sus ojos bajan a mis labios por un segundo antes de volver a mis ojos. Y con eso, levanta la cabeza y se marcha, con una dignidad que me deja sin aliento. La veo salir, cada paso resonando en mi cabeza como un martillo. Cuando la puerta se cierra, me dejo caer en mi silla, tenso como la cuerda de un arco. Joder. ¿Qué me pasa? Es solo una mujer. Una mujer hermosa, inteligente, determinada... No, Luke. Para. Esto no puede pasar. Pero mientras intento volver a mi trabajo, todo en lo que puedo pensar es en ella. En su sonrisa, en su voz, en la forma en que me miró antes de irse. En cómo se sentía tenerla tan cerca, en cómo olía, en cómo sus ojos brillaban con desafío. Esto va a ser un infierno. Un infierno muy, muy tentador. Y lo peor es que una parte de mí, una parte que intento desesperadamente ignorar, está deseando quemarse.





![Terapia y Placer del CEO [+18]](https://acfs1.buenovela.com/dist/src/assets/images/book/206bdffa-default_cover.png)
