Mundo de ficçãoIniciar sessãoSOFÍA
El coche patrulla avanza por el camino de grava y yo no puedo evitar mirar de reojo a Luke. Está tan serio, tan concentrado en la carretera, que casi puedo ver los engranajes de su cerebro trabajando. ¿Cómo puede estar tan bueno incluso cuando frunce el ceño? Es injusto, la verdad. —Entonces... —digo, rompiendo el silencio que se ha instalado entre nosotros desde que salimos del pueblo—. ¿Un pavo real? ¿En serio? Luke me lanza una de esas miradas que deberían estar prohibidas. Mezcla de advertencia y algo más que no logro descifrar. —Sofía, recuerda lo que acordamos. Profesionalidad. Asiento, mordiéndome la lengua para no soltar alguna broma sobre plumas y esposas. En su lugar, me concentro en el paisaje. Montana es preciosa, todo hay que decirlo. Aunque ahora mismo, el paisaje que más me interesa está sentado a mi lado, con una placa brillante y unos vaqueros que... Vale, Sofía, concéntrate. Llegamos a la propiedad de Madame Exótica y, bueno, el nombre le viene que ni pintado. La casa es una mezcla curiosa de estilos: tiene algo de victoriana, con sus torres y ventanas en arco, pero también hay toques modernos, como esos enormes ventanales que dan a lo que parece ser un invernadero. El jardín es un laberinto de setos perfectamente recortados, estatuas de animales y fuentes burbujeantes. Es extravagante, sí, pero de una manera elegante. Luke aparca y me mira fijamente. —Recuerda, estamos aquí para investigar. Nada de... —Nada de tonterías, entendido —termino la frase por él, poniendo mi mejor cara de seriedad. Nos recibe una mujer que solo puede ser Madame Exótica. Lleva un caftán de seda estampado con pavos reales (ironía, supongo) y más joyas de las que he visto en mi vida fuera de una joyería. —Oh, sheriff Blackwood, gracias por venir tan rápido —dice con un acento que suena vagamente francés—. Y veo que ha traído compañía. —Sofía Vega, ayudante temporal —me presento, ignorando la mirada de Luke. Luke se aclara la garganta. —Scarlett, ¿podría contarnos exactamente qué ha pasado con su... eh... mascota? Entramos en la casa y, madre mía, el interior es aún más interesante. Hay cuadros de animales por todas partes, algunos tan realistas que casi espero que se muevan. Los muebles son una mezcla ecléctica de antigüedades y piezas modernas, y juraría que esa lámpara está hecha con plumas de pavo real. —Alejandro simplemente desapareció ayer por la tarde —explica Madame Exótica mientras nos guía hacia un salón—. Nunca se aleja del jardín, es un ave muy leal. —¿Alejandro como el conquistador? —pregunto, incapaz de contenerme. Luke me lanza otra de sus miradas y yo finjo súbito interés en un jarrón cercano. —Es un nombre con carácter, como él —responde Madame Exótica con orgullo—. Oh, ¿les apetece algo de beber? Tengo un té de jazmín delicioso. Acepto la taza que me ofrece, agradecida por tener algo que hacer con las manos. Luke saca una libreta y empieza a hacer preguntas con una seriedad que, francamente, me parece excesiva para un caso de un pavo real desaparecido. —¿Notó algo inusual antes de la desaparición? ¿Algún ruido extraño, quizás? —Bueno... —Madame Exótica parece pensativa—. Ahora que lo menciona, escuché un ruido metálico cerca del cobertizo. Pensé que era Gustavo jugando con sus juguetes. —¿Gustavo? —pregunto, imaginando a otro pavo real con nombre de conquistador. —Mi jaguar, por supuesto. Casi me ahogo con el té. Luke me da unas palmaditas en la espalda, su toque enviando chispas por mi columna. —¿Tiene un jaguar? —pregunta Luke, tan profesional como siempre, aunque noto un ligero temblor en su voz. —Oh, sí. Y una pareja de loros ara, un camaleón y... bueno, la lista es larga —dice con un gesto de la mano—. Pero Alejandro es especial. ¿Saben cuánto cuesta un pavo real albino? Niego con la cabeza, dando otro sorbo a mi té. —Alrededor de 8000 dólares. Esta vez sí que me atraganto de verdad. Luke me mira con preocupación mientras toso, pero yo le hago un gesto para que siga con la entrevista. —Es... una cantidad considerable —dice Luke, volviendo a su modo profesional—. ¿Tiene algún sistema de seguridad? Mientras Madame Exótica detalla su sistema de cámaras y cercas eléctricas (en serio, ¿quién necesita tanta seguridad para un pavo real?), no puedo evitar pensar en lo surrealista de la situación. Yo, una escritora de Nueva York, sentada en el salón de una excéntrica amante de los animales exóticos, investigando la desaparición de un pavo real albino llamado Alejandro. Si esto no es material para una novela, no sé qué lo es. —Bien, creo que tenemos suficiente información por ahora —dice Luke finalmente, guardando su libreta—. Investigaremos el caso y le informaremos de cualquier novedad. Nos despedimos de Madame Exótica y volvemos al coche patrulla. Una vez dentro, miro a Luke, esperando... no sé qué exactamente. —Has estado... sorprendentemente profesional ahí dentro —dice, arrancando el motor. —¿Sorprendentemente? Me ofendes, sheriff —respondo con fingida indignación—. Soy la viva imagen de la profesionalidad. Luke resopla, pero veo la sombra de una sonrisa en sus labios. —Vamos a la comisaría. Tenemos que revisar las cámaras de seguridad de los alrededores y hacer algunas llamadas. Y mientras nos alejamos de la peculiar casa de Madame Exótica, no puedo evitar pensar que, pase lo que pase, esta va a ser la investigación más interesante de mi vida. Y no tiene nada que ver con el pavo real desaparecido. LUKE El camino de vuelta a la comisaría se me hace eterno. Sofía está sentada a mi lado, hablando sin parar sobre teorías conspirativas que involucran al pavo real de Madame Exótica, y yo... joder, yo no puedo dejar de mirarla de reojo. El sol se cuela por la ventanilla, iluminando su perfil, y me encuentro memorizando cada curva de su rostro. —¿Y si el pavo real es en realidad un espía internacional? —dice, sus ojos brillando con diversión—. Piénsalo, Luke. ¿Quién sospecharía de un ave? Suelto un bufido, intentando mantener mi expresión seria, pero es difícil. Muy difícil. Sus ocurrencias son como un soplo de aire fresco en mi rutina diaria. —Sofía, por favor. Esto es una investigación real —respondo, pero incluso yo puedo notar la falta de convicción en mi voz. —Oh, vamos, señor Seriedad. Admite que es divertido —responde, dándome un ligero codazo que envía una corriente eléctrica por todo mi brazo. Y lo es, maldita sea. Es divertido, refrescante y... joder, es como si hubiera traído color a mi vida en blanco y negro. Pero no puedo decirle eso, ¿verdad? No puedo admitir que en los pocos días que lleva aquí, ha logrado sacudir mi mundo más que cualquier otra persona en años. Pasamos frente al viejo roble en la plaza del pueblo, y no puedo evitar recordar cómo la vi allí sentada, escribiendo en su libreta, el viento jugando con su pelo. Tuve que dar tres vueltas a la manzana antes de poder concentrarme lo suficiente para volver al trabajo. Llegamos a la comisaría y nos dirigimos directamente a la sala de vigilancia. Sofía saca su MacBook rosa (¿en serio? ¿rosa?) y se sienta a mi lado mientras cargo las grabaciones de las cámaras de seguridad. La habitación es pequeña, demasiado pequeña para mi gusto en este momento. Puedo sentir el calor que emana de su cuerpo, y me encuentro sudando a pesar del aire acondicionado. Y entonces sucede. Mientras nos inclinamos sobre la pantalla, su aroma me golpea como una ola. Rosas y cítricos. Cierro los ojos por un segundo, inhalando profundamente. Mala idea. Muy mala idea. Mi cuerpo reacciona instantáneamente. Siento cómo la sangre se agolpa en cierta parte de mi anatomía y, de repente, mis pantalones se vuelven incómodamente ajustados. M****a, m****a, m****a. Intento pensar en algo, lo que sea, para distraerme. El papeleo pendiente, la reunión del ayuntamiento la próxima semana, incluso el horrible pastel de carne que hace mi tía Edna en Navidad. Nada funciona. —¿Luke? ¿Estás bien? —pregunta Sofía, su voz llena de preocupación. Abro los ojos de golpe, encontrándome con su mirada. Está tan cerca que puedo ver las motas doradas en sus ojos marrones. Trago saliva, intentando ignorar el nudo en mi garganta. —Sí, solo... un poco cansado —miento, apartándome ligeramente—. Creo que es suficiente con las cámaras por ahora. Vamos a llamar a algunos testigos. Sofía asiente, una expresión de curiosidad en su rostro. Por un momento, temo que haya notado mi... situación. Pero si lo ha hecho, no dice nada. En su lugar, me dedica una sonrisa que hace que mi corazón dé un vuelco. ¿Cómo puede una simple sonrisa tener tanto efecto en mí? Los siguientes minutos son una tortura dulce. Interrogamos a varios testigos que pasan por la comisaría, gente que vive cerca de la propiedad de Madame Exótica o que estaba en la zona el día de la desaparición del pavo real. Y durante todo ese tiempo, no puedo dejar de ser consciente de la presencia de Sofía. Está sentada en una esquina, tomando notas en su ordenador. El suave repiqueteo de sus dedos sobre el teclado se mezcla con el zumbido del ventilador y el ocasional crujido de la vieja silla de madera. De vez en cuando, levanta la vista y me pilla mirándola. Cada vez que esto sucede, me dedica una sonrisa que hace que mi corazón dé un vuelco. Intento concentrarme en los testigos, en sus declaraciones, pero mi mente sigue desviándose hacia ella. Hacia la forma en que arruga la nariz cuando está pensando, hacia cómo juega distraídamente con un mechón de su pelo mientras escucha. Pequeños detalles que no debería estar notando, pero que parecen grabarse a fuego en mi memoria. —Entonces, ¿dice que vio una furgoneta sospechosa cerca de la propiedad? —pregunto al último testigo, tratando desesperadamente de concentrarme en mi trabajo y no en la forma en que Sofía se muerde el labio mientras escribe. —Sí, señor —responde el hombre, un granjero local llamado Bill que conozco desde hace años—. Era blanca, sin marcas. Nunca la había visto por aquí antes. Asiento, tomando nota mental. Es la primera pista sólida que tenemos. Parte de mí se emociona ante la perspectiva de resolver el caso, de demostrar... ¿qué exactamente? ¿Que soy un buen sheriff? ¿Que puedo manejar casos más complicados que gatos atrapados en árboles y disputas por vallas? —¿Recuerda algo más sobre la furgoneta? —pregunto, inclinándome hacia adelante—. ¿Algún detalle, por pequeño que sea? Bill frunce el ceño, pensativo. —Ahora que lo menciona... creo que tenía una abolladura en el lateral derecho. Como si hubiera golpeado algo. —Eso es muy útil, Bill. Gracias por tu tiempo —digo, despidiéndolo con un apretón de manos. Cuando la puerta se cierra tras Bill, me giro hacia Sofía. Está mirando su pantalla, el ceño fruncido en concentración. Un mechón de pelo se ha escapado de su coleta y cae sobre su mejilla. Tengo que contenerme para no acercarme y colocárselo detrás de la oreja. Imagino cómo se sentiría su piel bajo mis dedos, y tengo que sacudir la cabeza para alejar esos pensamientos. —¿Qué opinas? —pregunto, mi voz más ronca de lo que me gustaría. Sofía levanta la vista, sus ojos brillando con emoción. Se endereza en su silla, estirándose como un gato, y tengo que apartar la mirada para no quedarme embobado. —Creo que tenemos algo, sheriff —dice, sonriendo—. La furgoneta blanca aparece en tres testimonios diferentes. Y ahora tenemos el detalle de la abolladura. Es una pista sólida. Asiento, sorprendido y complacido por su agudeza. No es solo una cara bonita, me recuerdo. Es inteligente, observadora... y totalmente fuera de mi alcance. —Buen trabajo —digo, y me sorprendo al darme cuenta de que lo digo en serio—. ¿Lista para atrapar a unos ladrones de pavos reales? Su sonrisa se ensancha, iluminando toda la habitación. O al menos, así me lo parece a mí. —Siempre lista, sheriff —responde, cerrando su MacBook con un chasquido—. Aunque todavía no descarto mi teoría del espionaje aviar. Pongo los ojos en blanco, pero no puedo evitar sonreír. —Mantengámonos en el mundo real por ahora, ¿de acuerdo? —Aburrido —murmura, pero su sonrisa no flaquea. Y a pesar de todo, a pesar de la tensión y la frustración y el deseo que amenaza con volverme loco, no puedo evitar sentirme... feliz. Emocionado. Como si estuviera al borde de algo grande, algo que va mucho más allá de un simple caso de pavo real robado. Dios, estoy tan jodido. Pero mientras veo a Sofía recoger sus cosas, tarareando una canción que no reconozco, pienso que tal vez, solo tal vez, vale la pena estarlo.






