CAPÍTULO 2

SOFÍA

Respiro hondo y marco el número de Tom. Es ahora o nunca. Mis dedos

tiemblan ligeramente mientras sostengo el móvil, y me pregunto si es por los tres expresos que me he tomado o por el pánico que siento ante la

conversación que estoy a punto de tener.

—Sofía, cariño, dime que tienes buenas noticias —la voz de mi agente suena tensa, como si ya supiera que no le va a gustar lo que voy a decir.

Conozco ese tono. Es el mismo que usa cuando está a punto de gritarle a algún editor o cuando descubre que he rechazado otra invitación a una

firma de libros.

—Define buenas noticias —respondo, intentando sonar despreocupada

mientras hago malabarismos con el teléfono y mi maleta. La maleta, por cierto, pesa como si llevara piedras en lugar de ropa. ¿En qué momento decidí que necesitaba tantos jerséis para ir a Montana?

—El manuscrito, Sofía. Dime que está listo —hay un deje de

desesperación en su voz que casi me hace sentir culpable. Casi. Cierro los ojos y suelto la bomba.

—Me voy a Montana.

Silencio. Puedo imaginar a Tom pellizcándose el puente de la nariz, conteniendo un grito. Casi puedo oír cómo los engranajes de su cerebro

intentan procesar lo que acabo de decir.

—¿Montana? —repite finalmente, como si la palabra fuera un insulto—.

¿Qué coño pintas tú en Montana?

—Voy a escribir mi manuscrito allí —explico, intentando sonar más segura de lo que me siento—. Y he decidido que será un suspense

romántico sobre una escritora y un sheriff de pueblo.

—¿Qué? —ahora sí que grita, y tengo que apartar el teléfono de mi oreja

—. Sofía, el libro ya tenía que estar escrito. Tienes un contrato

multimillonario, por el amor de Dios. ¿Te has vuelto loca? ¿Un sheriff de

pueblo? ¿Qué pasa con la saga de vampiros que habíamos planeado?

—Si quieres que pinte mi creatividad, está muerta y enterrada en Nueva York —replico, sintiendo cómo la frustración de meses sale a borbotones—.Necesito esto, Tom. Necesito aire fresco, nuevas ideas, algo que me haga sentir viva otra vez.

—Sofía, escúchame bien —su voz se ha vuelto peligrosamente baja—.

Tienes responsabilidades, contratos que cumplir. No puedes simplemente largarte a la otra punta del país porque te ha dado un ataque de pánico

creativo.

—¿Un ataque de pánico creativo? —repito, incrédula—. Tom, llevo seis

meses sin escribir una maldita palabra. Seis meses mirando una pantalla en blanco, odiándome a mí misma y a todo lo que he escrito. Necesito un cambio, algo que sacuda mi mundo. Y si eso significa irme a Montana y perseguir a un sheriff cowboy, pues que así sea.

—Ni se te ocurra largarte —advierte, y puedo imaginarle apretando el teléfono con tanta fuerza que sus nudillos se han puesto blancos.

—Es tarde —miento descaradamente, mirando a mi alrededor en el ajetreado aeropuerto—. Te llamo ya desde Montana.

Justo en ese momento, como si el universo quisiera joderme (más), suena

la megafonía del aeropuerto de Nueva York. «El vuelo 1852 con destino a Bozeman, Montana, comenzará su embarque en 15 minutos por la puerta 7.»

M****a. M****a, m****a, m****a.

—¿Eso es la megafonía del JFK? —Tom suena incrédulo, y puedo sentir cómo su ira crece a través del teléfono—. ¡Me estás mintiendo! Aún estás en Nueva York, ¿verdad? Sofía, si subes a ese avión, te juro que...

—Oh, vaya, hay interferencias —digo rápidamente, haciendo ruidos de estática con mi boca como una niña de cinco años—. Te llamo luego,

¡adiós! Cuelgo antes de que pueda decir nada más y apago el móvil. Ya lidiaré con su furia más tarde. Preferiblemente desde la seguridad de Montana, donde no pueda alcanzarme.

Mientras espero a que llamen a mi vuelo, paseo nerviosa por las tiendas del aeropuerto. Mis libros están en todos los escaparates, sus portadas

brillantes llamando la atención de los viajeros. «El beso del vampiro», «Pasión bajo la luna llena», «Colmillos de deseo»… Títulos que antes me

llenaban de orgullo y que ahora solo me provocan una sensación de vacío.

Veo a un par de personas leyéndolos mientras esperan sus vuelos, y siento una mezcla de orgullo y pánico. Una chica, que no debe tener más dedieciséis años, devora las páginas con avidez, sus ojos brillantes de emoción. Por un momento, me pregunto qué pensaría si supiera que la

autora de esas historias de amor apasionado está a punto de huir a Montana porque no tiene ni idea de cómo escribir sobre el amor real.

«Voy a escribir ese maldito libro romántico», me juro a mí misma, apretando los puños. «Aunque tenga que imaginarme lo que es el amor.

Total, ya lo he hecho antes, ¿no?»

Pero una vocecita en mi cabeza me susurra: «Sí, pero antes no sabías que estabas mintiendo. Antes creías en el amor, aunque fuera un poco. ¿Qué ha cambiado?» Sacudo la cabeza, intentando silenciar esa voz. No puedo permitirme dudar ahora. No cuando estoy a punto de subirme a un avión y dejar atrás todo lo que conozco.

El vuelo se me hace eterno. Intento dormir, pero mi mente no para de dar vueltas. ¿Y si estoy cometiendo un error? ¿Y si voy hasta Montana y sigo sin poder escribir ni una palabra? ¿Y si este sheriff resulta ser un idiota y no me inspira en absoluto? ¿Y si Megan se da cuenta de lo perdida que estoy y se arrepiente de haberme invitado?

La azafata me ofrece una copa de vino y la acepto sin pensarlo dos veces.

Tal vez el alcohol pueda calmar mis nervios. O al menos, hacerme dormir durante el resto del vuelo.

Cuando por fin aterrizamos en Bozeman, estoy hecha un manojo de nervios. El pequeño aeropuerto es tan diferente del bullicioso JFK que por un momento me siento como si hubiera aterrizado en otro planeta. Un planeta lleno de vaqueros y botas de cuero.

Pero entonces veo a Megan y a su futuro marido esperándome, y no puedo evitar sonreír. Dios, hacía años que no veía a mi mejor amiga en

persona. Está radiante, con ese brillo especial que solo da la felicidad verdadera. Por un momento, siento una punzada de envidia, pero la ahogo

rápidamente.

—¡Sofía! —grita Megan, corriendo a abrazarme con tanta fuerza que casi me tira al suelo—. ¡Por fin estás aquí! No puedo creer que hayas

venido de verdad.

—¿Creías que iba a dejarte plantada en tu momento de gloria? —

bromeo, devolviéndole el abrazo—. Alguien tiene que asegurarse de que no te escapes antes de la boda.

Megan se ríe y me da un golpe juguetón en el brazo.

—Como si pudiera escaparme de este.

—Vaya, vaya —digo, mirando al hombre alto y musculoso que la acompaña. Dios mío, ¿es legal ser tan atractivo?—. Así que este es el

famoso Ethan. Le has echado el lazo a uno bueno, ¿eh? Ethan sonríe, y juro que casi puedo oír el suspiro colectivo de todas las

mujeres en un radio de diez kilómetros.

—Encantado de conocerte por fin, Sofía —dice, estrechándome la mano

—. Megan no para de hablar de ti.

—Espero que solo cosas buenas —respondo, guiñándole un ojo a mi amiga.

—Oh, me ha contado algunas historias bastante interesantes de vuestra época universitaria —dice Ethan con una sonrisa traviesa.

Miro a Megan con horror fingido.

—¡Traidora! Se suponía que esas historias iban a morir con nosotras.

Megan se ríe y me rodea los hombros con un brazo.

—Vamos, vamos, que aún no le he contado lo del incidente con el profesor de literatura y la botella de tequila.

El camino al rancho es largo, pero entre las historias de Megan y las vistas increíbles, se me pasa volando. Montana es... bueno, es

impresionante. Kilómetros y kilómetros de tierra salvaje, montañas

majestuosas en el horizonte, cielos tan azules que parecen irreales. Es tan diferente de Nueva York que por un momento me pregunto si no me he

equivocado de vuelo y he acabado en otra dimensión.

—Es precioso, ¿verdad? —dice Megan, notando mi asombro—. Cuando

llegué aquí la primera vez, me quedé sin palabras.

—Es... wow —es todo lo que puedo decir, y me siento idiota. Se supone

que soy escritora, que tengo un don con las palabras, y todo lo que se me

ocurre es «wow».

Cuando llegamos al rancho, ya es tarde y estoy muerta de hambre. El

olor a comida casera me golpea en cuanto entramos en la casa, y mi

estómago gruñe en respuesta.

—Os he preparado algo rápido para cenar —dice una voz desde la cocina. Una mujer mayor, con el pelo blanco y una sonrisa cálida, sale a recibirnos. Tiene ese aire de abuela de película, de esas que siempre tienen galletas recién horneadas y consejos sabios—. Tú debes de ser Sofía. Soy

Rose, la abuela de estos dos.

—Encantada —respondo, estrechando su mano. Hay algo en sus ojos, un brillo travieso que me hace pensar que esta mujer sabe más de lo que

aparenta. Me recuerda a esas ancianas de mis novelas, las que siempre están tramando algo para juntar a la pareja protagonista.

Mientras cenamos, no puedo evitar preguntar:

—¿Y dónde está el famoso sheriff? Lo necesito para mi historia.

Megan y Ethan intercambian una mirada divertida, de esas que dicen «si

tú supieras».

—Luke está de guardia esta noche —explica Ethan, y noto un deje de diversión en su voz—. Lo conocerás mañana.

—Oh, sí —dice la abuela Rose, y ahí está otra vez ese brillo en sus ojos.

Me pregunto si debería empezar a preocuparme—. Estoy segura de que a Luke le encantará ser tu... inspiración.

Todos se ríen, y tengo la sensación de que me estoy perdiendo algo. ¿Tan

malo es este Luke? ¿O tan bueno? Un escalofrío me recorre la espalda, y no sé si es de anticipación o de miedo.

Cuando por fin me acuesto, en una habitación que huele a lavanda y a madera, siento un nudo en el estómago. Necesito un milagro que me ayude a escribir, y lo necesito ya. Mi carrera, mi futuro, todo depende de este libro. Y de alguna manera, siento que también depende de este misterioso Luke.

Cierro los ojos e intento dormir, pero no puedo evitar preguntarme: ¿qué me deparará mañana? ¿Y será este sheriff cowboy la clave para desbloquear mi creatividad? ¿O será mi perdición?

Solo el tiempo lo dirá. Pero una cosa es segura: no me iré de Montana sin mi libro. Aunque tenga que perseguir a un sheriff cowboy por todo el

condado para conseguirlo. Aunque tenga que inventarme lo que es el amor.

Aunque tenga que enfrentarme a mis propios demonios en el proceso.

Porque si hay algo que Sofía Vega sabe hacer, es crear historias de amor.

Aunque ella misma no crea en él.

¿Verdad

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