CAPÍTULO 7

LUKE

Me revuelvo en la cama por enésima vez, mirando el techo como si fuera a darme las respuestas que busco. El reloj marca las cinco y media de la

mañana y yo llevo horas dando vueltas a la misma idea. Joder, ¿en qué momento me he vuelto tan indeciso?

Cierro los ojos y veo la cara de Sofía, vulnerable y derrotada, cuando la dejé en su habitación anoche. Algo se remueve en mi pecho, una mezcla de culpa y algo más que no quiero nombrar.

«A la mierda», murmuro, levantándome de un salto. He tomado una decisión.

Me visto rápidamente y bajo las escaleras de dos en dos. La casa está en silencio, solo el suave ronroneo de la nevera rompe la quietud. Me planto frente a la puerta de Sofía y, antes de que pueda arrepentirme, llamo con fuerza.

Nada.

Vuelvo a llamar, esta vez con más insistencia. Escucho un gemido ahogado desde dentro y sonrío a mi pesar. Abro la puerta sin esperar

respuesta.

La imagen que me recibe es... preciosa. Sofía está hecha un ovillo en la cama, el pelo revuelto como si hubiera librado una batalla con la almohada.

Tiene los ojos entreabiertos y me mira como si fuera una aparición.

—¿Luke? —murmura, su voz ronca por el sueño y probablemente por la resaca—. ¿Qué...? ¿Estoy soñando?

—Ojalá —respondo, cruzándome de brazos—. Escucha, he tomado una decisión.

Ella intenta incorporarse, fallando miserablemente en el intento. Verla así, vulnerable y desaliñada, me provoca una ternura que me pilla por sorpresa.

—Te voy a ayudar —suelto antes de que pueda cambiar de opinión—. Pero con condiciones.

Sofía parpadea, como si estuviera procesando mis palabras a cámara lenta.

—¿Condiciones?

—Uno: me obedeces en todo. Sin discusiones, sin cuestionamientos. Lo que yo diga, va a misa.

Ella asiente débilmente.

—Dos: te adaptas a mis horarios. Y créeme, no son fáciles. Otro asentimiento, esta vez acompañado de una mueca.

—Y tres: profesionalidad absoluta. Nada de coqueteos, nada de jueguecitos. Estamos aquí para trabajar, ¿entendido?

—Entendido —murmura, aunque no parece muy convencida.

La miro fijamente, luchando contra el impulso de sonreír. Está hecha un

desastre, con el maquillaje corrido y el pelo apuntando en todas direcciones, y aun así... Sacudo la cabeza, alejando ese pensamiento.

—Bien. Si quieres hacer esto, te quiero lista en la cocina en veinte minutos. Desayunamos y nos vamos.

—¿Veinte minutos? —exclama, su voz una mezcla de pánico e incredulidad—. Pero si apenas puedo abrir los ojos.

—Diecinueve minutos y cuarenta segundos —respondo, mirando mi reloj—. El tiempo corre, Vega.

Salgo de la habitación antes de que pueda protestar, cerrando la puerta tras de mí. En cuanto estoy en el pasillo, una sonrisa se extiende por mi

rostro. Bajo las escaleras, conteniendo la risa.

Ya en la cocina, no puedo aguantarlo más. La carcajada que he estado reteniendo estalla, llenando la estancia. Me apoyo en la encimera, riendo hasta que me duele el estómago.

—¿Se puede saber qué es tan gracioso a estas horas de la mañana?

Me giro para ver a la abuela Rose en la puerta de la cocina, con una ceja arqueada y una sonrisa conocedora en los labios.

—Nada, abuela —respondo, tratando de recuperar la compostura—. Solo... un chiste que recordé.

—Ya, claro —dice, acercándose para preparar café—. ¿Y ese chiste tiene nombre y apellido?

La miro, sorprendido.

—No sé de qué hablas.

La abuela Rose me da una palmadita en el brazo y me guiña un ojo. — Oh, cariño. Ya estás perdido y ni siquiera te has dado cuenta.

Abro la boca para protestar, pero las palabras no salen. La abuela se aleja tarareando, dejándome solo con mis pensamientos y el aroma del café

recién hecho.

Miro el reloj. Faltan diez minutos para que Sofía baje... si es que consigue levantarse. Y de repente, me encuentro esperando con anticipación, preguntándome cómo demonios va a presentarse. Joder. Quizás la abuela tiene razón. Quizás ya estoy perdido.

SOFÍA

Me incorporo de golpe, ignorando las protestas de mi cuerpo. La resaca puede irse ya. Tengo una misión. Miro el reloj: me quedan diez minutos. Diez minutos para convertirme en una persona funcional y profesional. Salto de la cama y corro al baño, tropezando con mis propios pies en el proceso.

Mientras me cepillo los dientes con una mano y me peino con la otra, no puedo evitar sonreír como una idiota al espejo. Luke ha aceptado. Vale, con condiciones que harían llorar a un marine, pero ha aceptado. Es mi oportunidad y pienso aprovecharla.

Me visto en tiempo récord, optando por unos vaqueros y una camisa sencilla. Nada de juegos, ¿recuerdas, Sofía? Profesionalidad, ante todo.

Bajo las escaleras de dos en dos, llegando a la cocina justo cuando el reloj marca los veinte minutos. Luke está allí, apoyado en la encimera con una taza de café en la mano. Arquea una ceja al verme, claramente sorprendido de que haya llegado a tiempo.

—Buenos días —digo, tratando de sonar fresca como una lechuga y no como si un camión me hubiera pasado por encima.

—Buenos días —responde, evaluándome con la mirada—. Veo que has conseguido levantarte.

—Dije que lo haría, ¿no? —sonrío, ignorando el martilleo en mis sienes

—. Estoy lista para lo que sea. Luke asiente, una sombra de sonrisa en sus labios.

—Bien. Desayuna rápido. Tenemos trabajo que hacer. Mientras devoro un tazón de cereales (jamás había apreciado tanto la

cafeína y el azúcar), Luke me pone al día sobre nuestra primera misión del

día—Hoy conocerás a Scarlett Wilde, o más conocida en el pueblo como

Madame Exótica —dice, y por un momento creo que la resaca me está jugando una mala pasada.

—¿Madame qué?

—Exótica. Es nueva en el pueblo. Tiene una mansión en las afueras llena de animales peculiares. Parpadeo, procesando la información.

—Vale... ¿y qué tiene eso de interesante? Luke me mira fijamente.

—Ha desaparecido su pavo real favorito.

Casi me atraganto con los cereales.

—¿Su qué?

—Su pavo real —repite Luke, con una paciencia que seguro está fingiendo—. Y antes de que preguntes, sí, es legal tener un pavo real como

mascota en Montana.

—No iba a preguntar eso —miento descaradamente.

—Ya, claro —Luke pone los ojos en blanco—. En fin, Madame Exótica está convencida de que alguien lo ha robado. Dice que Alejandro...

—¿Quién es Alejandro?

—El pavo real.

—Ah, claro. Cómo no se me ocurrió.

Luke me ignora y continúa:

—Dice que Alejandro nunca se alejaría voluntariamente. Está muy apegado a ella.

Asiento, tratando de mantener una expresión seria.

—Por supuesto. Los pavos reales son conocidos por su lealtad inquebrantable.

Luke me lanza una mirada que dice claramente «no tientes tu suerte».

Levanto las manos en señal de rendición.

—Lo siento, lo siento. Seré profesional, te lo prometo.

—Eso espero —dice, aunque juraría que veo un atisbo de diversión en sus ojos—. Vamos, el coche está fuera.

Mientras salimos de la casa, no puedo evitar sonreír. Sí, tengo una resaca de mil demonios. Sí, vamos a buscar un pavo real perdido, que suena más a trama de dibujos animados que a un caso policial. Pero estoy aquí, con Luke, haciendo algo. Es mi oportunidad de demostrarle que puedo ser útil, que puedo ser la compañera que necesita.

Miro de reojo a Luke mientras se sube al coche patrulla. Está serio, concentrado, pero hay algo en la forma en que sus manos agarran el volante

que me dice que está tan intrigado como yo por este caso absurdo.

Mientras salimos del pueblo hacia la mansión de Madame Exótica, siento una mezcla de emoción y determinación creciendo en mi pecho.

Puede que Luke piense que nada interesante pasa en este pueblo, pero tengo el presentimiento de que esto es solo el comienzo de algo grande.

Y pienso estar ahí para verlo, resaca incluida.

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