CAPÍTULO 6

SOFÍA

Me harto de estar sentada en el porche mirando a la nada como una idiota.

Necesito hablar con alguien o voy a volverme majara. Cojo el móvil y le escribo a Megan: «¿Cenamos juntas? Necesito desahogarme o me va a dar algo».

Su respuesta no tarda ni dos minutos en llegar: «Claro, ven a casa. Prepararé pasta».

Media hora después, estoy en la cocina de Megan, cortando tomates mientras ella remueve la salsa. El aroma a albahaca y ajo llena el aire, pero ni siquiera eso mejora mi humor.

—Es que no lo entiendo, Meg —digo, atacando un tomate con más fuerza de la necesaria—. ¿Tan difícil es dedicarme un poco de su tiempo?

¡Que no le estoy pidiendo un riñón, joder!

Megan me mira de reojo, con una sonrisa divertida en los labios.

—Bueno, conociendo a Luke...

—¡Es un cabezota! —la interrumpo—. Un cabezota egocéntrico que se cree demasiado importante como para ayudar a una pobre escritora en

apuros.

—Sofía...

—¡Lo odio! —exclamo, y en el fondo sé que estoy siendo dramática, pero me da igual—. Lo odio con toda mi alma.

Megan suelta una carcajada.

—No, no lo odias.

—Vale, puede que no lo odie —admito a regañadientes—. Pero ahora mismo no es precisamente mi persona favorita en el mundo.

Nos sentamos a cenar y le cuento a Megan todos los intentos fallidos de la semana. Ella escucha pacientemente, asintiendo y haciendo preguntas de vez en cuando.

—¿Y has probado a...? —empieza a sugerir.

—Sí —la corto—. He probado de todo, Meg. Le he llevado café, le he seguido en su patrulla, incluso me ofrecí a lavar su coche. Nada funciona.

Megan me mira pensativa mientras remueve su pasta.

—Quizás estás siendo demasiado... intensa.

—¿Intensa yo? —exclamo, fingiendo indignación—. ¿Cómo te atreves? Ambas nos echamos a reír. Es la primera vez que me río en toda la

semana y se siente bien.

—En serio, Sofía —dice Megan cuando recuperamos el aliento—. Tal vez deberías darle un poco de espacio.

Suspiro profundamente.

—No puedo, Meg. No tengo tiempo. Si no consigo material para este

libro, mi carrera está acabada.

Megan me mira con preocupación.

—No digas eso. Eres una escritora increíble. Encontrarás una solución.

—Ojalá tuviera tu confianza —murmuro, jugando con los restos de pasta

en mi plato.

Terminamos de cenar en un silencio cómodo. Mientras fregamos los

platos, Megan sugiere: —¿Y si salimos a tomar algo? Quizás un cambio de aires te venga bien.

La miro, sorprendida. Megan no suele ser de las que propone salir entre semana.

—¿Estás segura?

Ella se encoge de hombros.

—¿Por qué no? Una copa no nos hará daño.

Una hora después, estamos sentadas en la barra del «Coyote Loco», el bar local. Sarah, la camarera, nos saluda con una sonrisa mientras nos sirve

nuestras bebidas.

—¿Qué os trae por aquí un martes? —pregunta, curiosa.

—Estamos ahogando las penas de Sofía —responde Megan antes de que yo pueda abrir la boca.

Sarah arquea una ceja, intrigada.

—¿Problemas de amores?

Suelto una risa amarga.

—Qué va. Problemas de sheriff.

Y antes de que pueda detenerme, estoy contándole toda la historia a

Sarah. Megan interviene de vez en cuando, añadiendo detalles o corrigiéndome cuando exagero demasiado.

—...y lo peor es que el muy capullo ni siquiera parece darse cuenta de que me está arruinando la carrera —concluyo, vaciando mi segundo whisky.

Sarah me escucha con paciencia, rellenando mi vaso cada vez que lo vacío. Megan me lanza miradas preocupadas, pero no dice nada.

—Es que no lo entiendo —continúo, sintiendo cómo las palabras se me empiezan a enredar en la lengua—. ¿Se cree demasiado guapo para sonreír? ¿Demasiado importante para ayudar a los demás? Sarah suelta una risita.

—Luke es muchas cosas, pero no creo que «demasiado guapo» sea una de ellas.

—Oh, por favor —resoplo—. Tú también lo has visto. Con esos ojos y esa mandíbula... —me interrumpo, dándome cuenta de lo que estoy

diciendo—. Pero eso no importa. Lo que importa es que es un... un...

—¿Capullo? —sugiere Megan, divertida.

—Exacto —asiento con vehemencia—. Un capullo que me va a costar mi carrera solo porque no quiere cooperar.

Apoyo la frente en la barra, sintiendo cómo el mundo da vueltas a mi alrededor.

—No sé qué voy a hacer —murmuro—. Si no consigo escribir este libro, estoy acabada.

Siento la mano de Megan en mi espalda, reconfortante.

—Vamos, Sofía. No es el fin del mundo. Encontraremos una solución.

Levanto la cabeza y las miro, con los ojos nublados por el alcohol y la desesperación.

—¿Y si no la encuentro? ¿Y si Luke gana y yo pierdo todo por lo que he trabajado?

Sarah y Megan intercambian una mirada de preocupación.

—Eso no va a pasar —dice Sarah con firmeza—. Seguro que se te ocurrirá algo.

Asiento débilmente, deseando poder creerlas. Pero mientras el bar gira a

mi alrededor y el sabor del whisky se mezcla con el de la derrota en mi boca, no puedo evitar pensar que tal vez, solo tal vez, he encontrado

finalmente un desafío que no puedo superar.

Y todo por culpa de un sheriff cabezota con ojos demasiado verdes y una sonrisa que se niega a mostrar.

LUKE

El resplandor de la pantalla de mi teléfono ilumina mi rostro en la penumbra de la oficina. El silencio de la noche solo se ve interrumpido por el zumbido ocasional de la nevera en la esquina y el suave clic de mi dedo deslizándose por la pantalla del móvil. Debería estar revisando informes, la pila de papeles en mi escritorio es un recordatorio constante de mis responsabilidades, pero en vez de eso, me encuentro perdido en el perfil de I*******m de Sofía Vega.

Deslizo el dedo por la pantalla, pasando de una foto a otra. Aquí está ella, sonriendo radiante en una firma de libros, sus ojos brillando con una

mezcla de emoción y cansancio. Allá, posando con fans emocionados, sus brazos rodeando a lectores que parecen al borde de las lágrimas de

felicidad. Cada imagen es como un cuadro, una ventana a un mundo que no conozco, tan diferente de las calles tranquilas y los campos abiertos de Pine Ridge. «Vaya, Blackwood, si algún juez te viera ahora, seguro que pensaría que

eres el acosador más patético del condado», me digo a mí mismo, riendo por lo bajo. El sonido de mi propia risa en la oficina vacía me sobresalta un poco. Imagino el titular: «Sheriff local arrestado por stalkear a famosa escritora en Instagram». Menuda carrera más brillante, sí señor. Casi puedo ver la cara de decepción de mi padre.

Pero no puedo evitarlo. Es como si sus fotos tuvieran algún tipo de hechizo. Miro la hora en la esquina de la pantalla: llevo dos horas perdidas

en su perfil. Dos horas. Si esto no es dedicación a la investigación, no sé qué lo es. Me froto los ojos, cansados por la luz de la pantalla, pero no

puedo apartar la mirada.

Leo los comentarios bajo sus fotos. Palabras de admiración, de amor

incondicional de sus lectores. «Eres mi inspiración», dice uno. «Tus libros me salvaron la vida», reza otro. Joder, ¿cómo puede alguien tener tanto impacto? Y aquí estoy yo, babeando sobre mi móvil como un adolescente, fascinado por una mujer que apenas conozco pero que ha puesto mi mundo patas arriba en menos de una semana. Patético, Blackwood, patético.

El timbre del teléfono me sobresalta, el sonido estridente rompiendo el silencio de la noche. Es Sarah, del Coyote Loco. El nudo en mi estómago se aprieta antes incluso de contestar.

—Luke, tienes que venir —dice sin preámbulos—. Es Sofía.

—¿Qué pasa con ella? —pregunto, sintiendo cómo la preocupación se mezcla con una extraña anticipación.

—Está borracha como una cuba. Y todo por tu culpa.

—¿Mi culpa? —repito, la culpabilidad golpeándome como un puñetazo

—. ¿De qué hablas?

—De que eres un capullo integral que le está jodiendo la carrera — espeta Sarah, su voz una mezcla de enojo y preocupación—. Ven a buscarla antes de que haga una locura.

El corazón retumba con fuerza en mi pecho.

Cuelga antes de que pueda responder. M****a. Cojo las llaves del coche y salgo disparado hacia el bar, el aire fresco de la noche despejando un poco la niebla de mi mente.

El trayecto hasta el Coyote Loco es un borrón de calles desiertas y pensamientos caóticos. ¿Cómo he dejado que las cosas lleguen a este

punto? ¿Por qué no pude simplemente... qué? ¿Ayudarla? ¿Alejarme? No lo

sé, y esa incertidumbre me carcome mientras aparco frente al bar. Cuando entro, la escena es un desastre. El olor a cerveza rancia y whisky

barato me golpea nada más cruzar la puerta. Sofía está apoyada sobre la barra, su pelo un desastre y su maquillaje corrido. Murmura incoherencias, su voz un susurro ronco apenas audible sobre la música country que suena

de fondo. Megan está a su lado, con una expresión de preocupación y cansancio, intentando que beba agua.

—Luke, gracias a Dios —dice Megan al verme, el alivio evidente en su voz—. No sé qué hacer con ella.

Me acerco con cautela, como si me acercara a un animal herido.

—Sofía, ¿estás bien?

Ella levanta la cabeza, sus ojos desenfocados intentando fijar la mirada en mí. Por un momento, veo una chispa de reconocimiento que rápidamente se convierte en algo entre el desprecio y la diversión.

—Oh, mira quién ha venido. El sheriff Culo Prieto en persona —arrastra las palabras, su voz una mezcla de sarcasmo y algo que no puedo

identificar. ¿Dolor, tal vez?

—Vamos, te llevaré a casa —digo, ignorando el insulto y la punzada de culpabilidad que me provoca.

—No quiero ir a casa —protesta débilmente, pero no opone resistencia cuando la ayudo a levantarse. Su cuerpo se siente cálido y sorprendentemente frágil contra el mío.

—Yo me encargo —le digo a Megan, notando las ojeras bajo sus ojos—. Ve a descansar.

—No hace falta, cuñado. Yo la cuido. Le miro con una petición en la cara.

—Por favor, Megan. Deja que yo me encargue de ella. Está así por mi culpa.

Al final, después de lanzarme una mirada evaluadora Megan asiente.

—Gracias, Luke. Cuídala, ¿vale? —hay una súplica silenciosa en sus ojos que me hace sentir aún más culpable.

El trayecto en coche es un infierno. El silencio de la noche se ve interrumpido por los ocasionales sollozos ahogados de Sofía y el rugido del

motor. Ella alterna entre el silencio absoluto y arranques de verborrea incontrolable. El olor a alcohol y a su perfume llena el coche, una mezcla

extrañamente intoxicante.

—¿Sabes qué? —dice de repente, su voz rompiendo el silencio como un cristal—. Nunca he estado enamorada. Me plantaron en el altar y ni siquiera me importó. ¿Qué clase de persona soy?

La miro de reojo, sorprendido por la confesión. La luz de las farolas ilumina su rostro intermitentemente, revelando una vulnerabilidad que no imaginaba ver en ella.

—Sofía...

—No, en serio —continúa, su voz quebrándose—. Soy una fraude. Escribo sobre el amor, pero no tengo ni idea de lo que es. Soy... soy frígida,

Luke. No podía excitarme con mi ex. Ni siquiera podía excitarlo a él. ¿Qué clase de escritora de novela romántica soy? Trago saliva, incómodo. Esto es más de lo que esperaba oír. Una parte de

mí duda de sus palabras. ¿Frígida? ¿Ella? La mujer que ha puesto todo Pine Ridge de cabeza con su presencia, que hace que mi corazón se acelere con solo una mirada... ¿cómo puede pensar eso de sí misma?

—Y ahora... ahora necesito escribir este libro. Lo necesito desesperadamente —continúa, su voz un susurro roto—. Si no lo hago, mi carrera se acabó. ¿Lo entiendes? Se acabó.

Llegamos a casa. La luna llena baña el jardín con una luz plateada, dando un aire casi mágico a la escena. Ayudo a Sofía a salir del coche, su cuerpo

tambaleándose contra el mío. El aroma de las rosas del jardín se mezcla con el olor a alcohol y perfume, creando una fragancia extrañamente

embriagadora.

La llevo hasta su habitación, cada paso un desafío. Está medio dormida cuando la dejo sobre la cama, su cuerpo hundiéndose en el colchón como si quisiera desaparecer en él.

—Luke —murmura mientras le quito los zapatos, sus ojos entreabiertos fijos en mí—. ¿Por qué no me ayudas? ¿Tan terrible soy?

Siento una punzada de culpabilidad que me atraviesa como un cuchillo.

—No eres terrible, Sofía. Es solo que... es complicado.

—Todo es complicado —suspira, hundiéndose en la almohada, su voz apenas un susurro.

La arropo y me quedo un momento mirándola. A la luz de la luna que se filtra por la ventana, parece tan vulnerable, tan diferente de la mujer

decidida que me ha estado persiguiendo toda la semana. Un mechón de pelo cae sobre su rostro y resisto el impulso de apartarlo.

Salgo de la habitación en silencio, cerrando la puerta suavemente tras de mí. Me apoyo contra la pared del pasillo, dejando escapar un suspiro largo y cansado. La casa está en silencio, solo el suave tic-tac de un reloj en algún lugar rompe la quietud.

Mi mente es un torbellino de pensamientos y emociones. La culpa por haberla empujado a este estado. La preocupación por su bienestar. Y algo

más, algo que no quiero nombrar pero que siento creciendo en mi pecho como una llama.

¿En qué lío me he metido? Y más importante aún, ¿cómo voy a salir de él sin que ambos salgamos heridos?

Mientras bajo las escaleras, cada crujido de la madera vieja parece un recordatorio de las decisiones que he tomado y las que aún tengo que tomar.

La noche es larga, y sé que el sueño me eludirá.

Me dirijo a la cocina, necesitando un vaso de agua, o tal vez algo más fuerte. La luz de la luna se cuela por las ventanas, creando sombras que

bailan en las paredes. En el silencio de la noche, puedo oír mis propiospensamientos, y no estoy seguro de si eso es bueno o malo.

Mañana será otro día. Otro día para enfrentar las consecuencias de mis acciones, para tratar de arreglar lo que he roto. Pero por ahora me permito un momento de debilidad, un momento para admitir que Sofía Vega ha cambiado algo en mí, y que ya no hay vuelta atrás.

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