CAPÍTULO 1

LUKE

El móvil vibra sobre la mesita de noche, sacándome de un sueño profundo.

Abro un ojo y miro el reloj, son las tres y veinte de la madrugada. Genial.

Justo cuando por fin había logrado conciliar el sueño después de dar vueltas

en la cama durante horas.

—Blackwood —gruño al descolgar, mi voz ronca por el sueño y la irritación.

—Jefe, tenemos un problema en el rancho de los Wilkinson —dice la voz de Oliver, mi ayudante. Suena nervioso, como si temiera mi reacción. Y

tiene razón en temerla—. Parece que alguien ha soltado a todas sus vacas.

Me incorporo de golpe, frotándome los ojos con tanta fuerza que veo estrellas.

—¿En serio? ¿Vacas sueltas? ¿Para esto me despiertas? —No puedo evitar que mi voz suene más cortante de lo que pretendo, pero por el amor de Dios, son las tres de la mañana.

—Lo siento, jefe, pero el viejo Wilkinson está que echa humo. Dice que es vandalismo —Oliver hace una pausa, y puedo imaginármelo mordiéndose el labio, dudando si continuar—. Amenaza con tomar la justicia por su mano si no aparecemos pronto. Suspiro profundamente mientras me levanto. Vandalismo. Claro. Seguro

que el borracho de su hijo ha vuelto a dejar la puerta del establo abierta. Y conociendo al viejo Wilkinson, es muy capaz de salir con su escopeta a buscar a los supuestos vándalos.

—Vale, voy para allá —digo, resignado—. Intenta mantener a Wilkinson calmado hasta que llegue. Y Oliver, la próxima vez que me despiertes a estas horas más vale que sea por algo más grave que unas vacas perdidas.

—Sí, jefe. Lo siento, jefe —tartamudea Oliver antes de colgar.

Me quedo mirando el teléfono por un momento, tentado de volver a la cama y fingir que esta llamada nunca ocurrió. Pero no, el deber me llama.

Aunque sea un deber ridículo.

Mientras me visto, no puedo evitar pensar en lo absurdo de la situación.

Me hice sheriff para proteger a la gente, para marcar la diferencia. Soñabacon perseguir a criminales peligrosos, resolver casos complicados, ser el héroe que este pueblo necesitaba. Y aquí estoy, en medio de la noche, listo para perseguir vacas.

—Menuda carrera, Blackwood —murmuro para mí mismo mientras me pongo la placa—. De niño querías ser como John Wayne, y has acabado

siendo el pastor del pueblo.

Salgo de casa y el frío de la madrugada me golpea la cara como una bofetada. Septiembre en Montana no es precisamente cálido, y menos a estas horas. Tirito mientras cierro la puerta, maldiciendo internamente al hijo de Wilkinson y su incapacidad para cerrar un simple pestillo.

Antes de subir a la patrulla, mi mirada se desvía hacia la ventana de Ethan y Megan, donde una tenue luz indica que siguen despiertos. La casa

de mi hermano y su flamante prometida está a unos metros de la principal, pero, aun así, casi puedo imaginar la escena. Seguro que están acurrucados juntos, hablando de sus planes de boda o simplemente disfrutando de su

compañía. Quizás Megan esté leyendo uno de esos libros de romance que tanto le gustan, mientras Ethan la abraza por detrás, besándole el cuello de vez en cuando.

Una punzada de envidia me atraviesa el pecho, tan aguda que casi me deja sin aliento. No es que no esté feliz por mi hermano, pero... ¿por qué él

sí y yo no? ¿Qué tiene Ethan que yo no tenga? Ambos crecimos en el mismo rancho, con los mismos padres, la misma educación. Ambos

sufrimos cuando mamá nos abandonó por ese tipo de la ciudad. Entonces, ¿por qué Ethan ha sido capaz de superar eso y encontrar el amor, mientras yo sigo aquí, solo y amargado?

A mis treinta y cuatro años, empiezo a pensar que quizás no estoy hecho para eso del amor. Quizás hay algo fundamentalmente roto en mí, algo que

me impide confiar, abrirme, amar. O quizás simplemente estoy destinado a estar solo. Después de todo, alguien tiene que quedarse soltero para cuidar de la abuela Rose, ¿no?

—Venga ya, Luke —me regaño en voz baja mientras subo a la patrulla

—. Céntrate en el trabajo. Tienes vacas que perseguir, ¿recuerdas?

El camino hasta la comisaría es corto, apenas unos minutos por las calles desiertas de Pine Ridge. Es una de las ventajas de vivir en un pueblo tan pequeño: nunca hay tráfico. Aunque a veces, en noches como esta, desearía que el trayecto fuera más largo. Me vendría bien más tiempo para despejarme antes de enfrentarme a lo que sea que me espera.

Al entrar en la comisaría, Olivia, mi secretaria, ya está allí. ¿Cómo demonios ha llegado tan rápido? ¿Acaso vive aquí? Lleva una blusa que me

parece demasiado escotada para el trabajo, y una sonrisa demasiado amplia para esta hora de la madrugada.

—Buenos días, sheriff —ronronea, inclinándose sobre el mostrador de una manera que estoy seguro que cree seductora—. Te he preparado café.

—Gracias, Olivia —respondo secamente, cogiendo la taza sin mirarla dos veces. El café está demasiado dulce, como siempre. Olivia nunca ha

entendido que me gusta negro, sin azúcar. O quizás lo sabe y simplemente

ignora mis preferencias, como ignora todas mis otras señales.

Su sonrisa flaquea un poco ante mi falta de entusiasmo, pero no se rinde.

Nunca se rinde.

—Oye, Luke, estaba pensando... —comienza, jugando con un mechón de

su pelo—. ¿Quizás podríamos tomar algo después de tu turno? Conozco un bar nuevo en la ciudad que... Suspiro internamente. Llevamos meses con esta danza. Olivia

insinuándose, yo rechazándola. Una y otra vez.

—Lo siento, Olivia —la interrumpo, intentando sonar firme pero no demasiado brusco—. Ya sabes que no me parece apropiado salir con

alguien del trabajo.

Es una excusa, por supuesto. La verdad es que no me fío de nadie lo suficiente como para abrirme de esa manera. No después de... bueno, de

todo. No después de ver cómo el amor destrozó a mi padre cuando mamá se

fue. No después de ver a tantas parejas en este pueblo jurarse amor eterno

para luego acabar odiándose. No después de darme cuenta de que, al final,

todos estamos solos.

Olivia parece querer decir algo más, pero en ese momento Oliver entra

corriendo, salvándome de tener que inventar otra excusa.

—¡Jefe! El viejo Wilkinson acaba de llamar otra vez. Dice que ha visto a

alguien merodeando cerca de su propiedad. Cree que pueden ser los

vándalos que soltaron a sus vacas.

Asiento, agradecido por la interrupción.

—Voy para allá. Oliver, tú vienes conmigo. Olivia, quédate aquí por si hay más llamadas.

Salgo de la comisaría sin mirar atrás, ignorando la mirada decepcionada

de Olivia. Ya lidiaré con eso más tarde. O quizás no. Quizás si la ignoro el

tiempo suficiente, finalmente se dará por vencida.

El resto del día transcurre de forma surrealista, como si el universo

hubiera decidido compensar meses de aburrimiento con un maratón de

locura. Después de las vacas de Wilkinson (efectivamente, culpa de su hijo

borracho que dejó la puerta abierta), tengo que mediar en una disputa entre

vecinos por un árbol que cruza la línea de la propiedad.

—¡Ese árbol está en mi terreno, Stevens! —grita la señora Patterson, una

anciana que parece capaz de derribar el árbol con la pura fuerza de su ira—.

¡Tus malditas manzanas caen en mi jardín!

—¡El tronco está en mi lado, Patterson! —responde el señor Stevens,

rojo de furia—. ¡El árbol es mío y haré lo que me dé la gana con él!

Me masajeo las sienes, sintiendo que se avecina una migraña.

—Señores, por favor...

Pero mis palabras se pierden en el griterío. Al final, tengo que amenazar

con arrestarlos a ambos por alteración del orden público para que se

calmen. Prometen llegar a un acuerdo, pero tengo la sensación de que

volveré a oír hablar de este árbol muy pronto.

Apenas he terminado con los vecinos cuando recibo una llamada urgente

de la iglesia. Aparentemente, el gato de la señora Johnson se ha quedado

atrapado en el tejado. ¿Cómo ha llegado allí? Nadie lo sabe. ¿Por qué me

llaman a mí en lugar de a los bomberos? Porque Pine Ridge es demasiado

pequeño para tener un cuerpo de bomberos propio.

Así que ahí estoy yo, el sheriff Luke Blackwood, subido a una escalera

prestada, intentando convencer a un gato asustado de que venga conmigo.

El animal me bufa y me araña, pero finalmente logro bajarlo. La señora

Johnson me abraza llorando, como si hubiera salvado a su hijo en lugar de a

su gato, y yo solo puedo pensar en lo ridícula que es toda esta situación.

—Oh, sheriff, es usted un héroe —dice la señora Johnson entre lágrimas

—. No sé qué haríamos sin usted.

Fuerzo una sonrisa.

—Solo hago mi trabajo, señora Johnson.

«Mi trabajo», pienso mientras me alejo. ¿Es esto realmente mi trabajo?

¿Para esto me entrené? ¿Para rescatar gatos y mediar en disputas por

árboles frutales? El día aún me depara una sorpresa más. Estoy a punto de terminar mi

turno cuando la señora Johnson vuelve a llamar, esta vez histérica.

—¡Sheriff! ¡Los extraterrestres están robando mi ropa interior!

Cierro los ojos y cuento hasta diez. Luego hasta veinte.

—Señora Johnson, le aseguro que no hay extraterrestres robando su

ropa...

—¡Pero sheriff! ¡Mis bragas desaparecen! ¡Y anoche vi luces extrañas en

el cielo!

Me toma casi una hora convencer a la señora Johnson de que las «luces

extrañas» eran probablemente el reflejo de los faros de algún coche, y que

sus bragas desaparecen porque su gato tiene la costumbre de esconderlas.

Al parecer, no es la primera vez que ocurre.

Para cuando regreso al rancho, la luna está alta en el cielo y todas las

luces están apagadas. Entro en silencio, sintiendo el peso de la soledad más

que nunca. La casa está en completo silencio, pero casi puedo sentir la

felicidad emanando de la casa de Ethan y Megan.

Me dejo caer en la cama, exhausto pero incapaz de dormir. El día ha sido

una locura, pero al menos ha mantenido mi mente ocupada. Ahora, en la

quietud de la noche, mis pensamientos vuelven a girar en torno a mi

soledad.

Pienso en Ethan y Megan, en su felicidad, en cómo se miran. Pienso en

cómo Megan ha logrado derribar los muros que mi hermano construyó tras

el abandono de nuestra madre. Pienso en cómo se complementan, en cómo

parecen más fuertes juntos.

Y por un momento, solo por un momento, me permito imaginar cómo

sería tener eso. Cómo sería despertar cada mañana junto a alguien que me

ame, alguien en quien pueda confiar plenamente. Cómo sería tener a

alguien que me esperara en casa después de un largo día persiguiendo vacas

y rescatando gatos. Alguien que me hiciera reír de las locuras de este

pueblo en lugar de frustrarme por ellas.

Pero luego sacudo la cabeza, desechando esos pensamientos. No, ese tipo

de cosas no son para mí. Soy Luke Blackwood, el sheriff solitario de Pine

Ridge. El hombre que todos respetan, pero nadie realmente conoce. El

protector del pueblo, siempre dispuesto a ayudar, pero incapaz de dejar que

alguien lo ayude a él.

Y así es como siempre será. ¿Verdad?

Cierro los ojos, intentando dormir, pero una pequeña voz en el fondo de

mi mente susurra: «¿Y si te equivocas? ¿Y si hay alguien ahí fuera capaz de

derribar tus muros, como Megan hizo con los de Ethan?»

Intento ignorar esa voz, pero sigue ahí, persistente. Y mientras

finalmente me dejo llevar por el sueño, no puedo evitar preguntarme: ¿y

si...?

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