La mañana amaneció con una calma inquietante. El cielo, parcialmente nublado, arrojaba una luz pálida sobre la casa Sinisterra. Allison ya estaba despierta desde hacía horas, caminando descalza por el suelo frío de la cocina, con una sonrisa dibujada en los labios y una energía sospechosamente entusiasta. Colocó sobre la mesa los platos del desayuno: huevos revueltos con finas hierbas, tostadas con mermelada casera y, lo más importante, dos vasos de jugo de naranja recién exprimido… al menos uno lo era.
Con una dulzura empalagosa, se giró hacia el pasillo que conectaba con las habitaciones.
—¡Mamá! —llamó de forma melosa—. El desayuno está listo. Te preparé tu jugo favorito… justo como te gusta, con unas gotitas de menta fresca.
La señora Sinisterra apareció con el rostro aparentemente sereno, pero sus ojos reflejaban un huracán contenido. Había pasado la noche en vela, procesando lo que había visto la noche anterior. Desde la rendija detrás del muro de la cocina, había sido testigo d