El reloj de la sala de juntas marcaba las 9:45 a. m. El sol atravesaba los ventanales del piso ejecutivo de la empresa Sinisterra, pero ni la calidez de la mañana ni el elegante café humeante sobre la mesa podían suavizar el hielo que se respiraba en el ambiente.
Miguel Sinisterra llegó primero, como siempre. Su traje gris acero estaba perfectamente planchado, su reloj brillaba con arrogancia en su muñeca y su mirada... su mirada tenía ese filo antiguo, como el de alguien que se siente superior incluso cuando las circunstancias le indican que ya no lo es.
Alanna llegó cinco minutos después. Puntual. Vestida con un traje sobrio, impecable. El color azul profundo realzaba su porte elegante, su cabello recogido en una coleta alta, su rostro maquillado con la misma precisión con la que dirigía una empresa. Caminó sin apuros hasta el extremo de la mesa, con los tacones marcando cada paso, y tomó asiento sin dedicar una sola palabra.
Miguel la observó de reojo, acomodándose en su silla como