El lunes comenzó con una extraña calma.
Alanna había llegado temprano como de costumbre. Su atuendo sobrio y elegante, una falda lápiz negra y blusa blanca de seda, contrastaba con el caos que poco a poco se gestaba detrás de puertas cerradas. Mauricio Ortega, como siempre, la mantenía al tanto de los movimientos estratégicos. Pero ese día, ni él había recibido notificación alguna sobre una reunión especial.
A las 9:45 a.m., justo cuando Alanna revisaba unos informes de producción, su teléfono corporativo vibró. Un mensaje escueto.
"Sala de conferencias principal. Reunión urgente con parte del comité. Asunto: decisiones administrativas recientes."
Firmado: Miguel Sinisterra.
Alanna alzó una ceja. No era común que se organizara una reunión sin su autorización, especialmente desde que el socio mayoritario había dejado en claro que ella tenía control total de su unidad.
—¿Es esto una emboscada? —preguntó con serenidad, mirando a Mauricio.
—Tiene toda la pinta —respondió él, con los labio