El sol de la mañana entraba suavemente a través de las grandes ventanas del salón. La luz dorada iluminaba las paredes blancas y reflejaba una serenidad que no se veía en los pasillos de la empresa. El aire estaba fresco, aún impregnado con la calma de la madrugada. En la mesa del desayuno, Alanna y Leonardo compartían su café, ambos con la mirada fija en el horizonte, pero con sus pensamientos perdidos en todo lo que había ocurrido durante las últimas semanas.
—No puedo creer que ya sea domingo —comentó Alanna, mirando su taza con una ligera sonrisa en los labios.
Leonardo la miró desde su asiento, como si también acabara de despertar a la realidad del momento. Su rostro reflejaba una mezcla de calma y algo más, como si todo fuera fugaz.
—Sí —respondió él, casi sin mirarla, como si las palabras se le escaparan al mismo ritmo que el tiempo. —Este fin de semana ha pasado tan rápido. Deberíamos tener más días como este. Sin presiones. Sin responsabilidades.
Alanna dejó escapar un suspir