Alexa sabía jugar sus cartas.
Después del golpe que recibió en la reunión, estaba dispuesta a recuperar su terreno.
Y sabía exactamente dónde apuntar: Leonardo.
Él seguía siendo su obsesión, su ambición no resuelta, y mientras Alanna brillaba cada vez más a su lado, Alexa se consumía por dentro.
Esa mañana, vestida con un conjunto entallado color vino que resaltaba su figura, entró sin anunciarse a la oficina de Leonardo.
—Buenos días, Leo —dijo con voz dulce, cerrando la puerta tras ella.
Leonardo alzó la vista desde su escritorio, algo sorprendido.
—¿Te puedo ayudar en algo, Alexa?
Ella sonrió, caminando con seguridad hasta quedar frente a él.
—Solo vine a disculparme... Por lo de ayer. No sé cómo se filtró ese informe falso. Me avergüenza que se haya dudado de Alanna —dijo, bajando un poco la cabeza, fingiendo remordimiento.
Leonardo no respondió de inmediato. No era ingenuo. A pesar de no tener pruebas, algo en su instinto le decía que Alexa había movido los hilos.
—Lo mejor será