La mañana siguiente amaneció serena en la mansión Salvatore, pero en el edificio principal de Salvatore Entreprise, la calma era solo una ilusión.
Alanna llegó temprano a la oficina, como Leonardo le había sugerido. Vestía un elegante conjunto que, sin ser ostentoso, transmitía autoridad. Saludó con cortesía al personal y se instaló en su nueva oficina, la cual había sido asignada por Leonardo el día anterior.
Pero no tardó en percibir que algo andaba mal.
Algunos documentos que debía revisar para la reunión de ese día no estaban en su escritorio.
Extrañada, preguntó a su asistente, una joven tímida llamada Regina, quien negó haberlos recibido.
—Señora Sinisterra... quiero decir, señora Salvatore... yo no vi que llegaran. Lo siento —dijo, nerviosa.
Alanna sonrió con amabilidad para tranquilizarla.
—No te preocupes, Regina. Verificaré en el archivo.
Fue entonces que, al pasar por el área de operaciones, escuchó una carcajada disimulada.
Alexa, sentada casualmente sobre una de las mesas