El tiempo pasó sin grandes sobresaltos. Una semana después del accidente de Sabrina, la dinámica en la casa había cambiado de manera sutil, pero evidente. Al principio, la joven seguía manteniendo su actitud distante con Alanna, respondiendo con monosílabos y evitando cualquier conversación innecesaria. Pero poco a poco, sus acciones comenzaron a contradecir su frialdad.
Dejó de rechazar la comida que Alanna preparaba. Si bien no lo admitía en voz alta, comía sin quejarse y hasta parecía disfrutarlo. También dejó de lanzar miradas despectivas o de responder con sarcasmos cada vez que Alanna le hablaba. No es que fuera cálida, pero ya no había tanto filo en su voz.
Leonardo, quien había estado ocupado con asuntos de trabajo, no había prestado demasiada atención a estos cambios hasta que una tarde, al regresar a casa, notó algo extraño.
Entró a la sala y encontró a Sabrina sentada en el sofá con una taza de té en las manos. A su lado, Alanna hojeaba una revista sin parecer incómoda por