El silencio en la casa se hacía cada vez más pesado. La lluvia seguía cayendo con insistencia en el exterior, mientras en el interior, Sabrina y Alanna parecían librar una batalla silenciosa con miradas furtivas y palabras contenidas.
Sabrina, con su expresión endurecida, dejó escapar un suspiro y comenzó a levantarse del sofá con evidente esfuerzo. Su pierna herida aún le molestaba, pero no quería admitirlo, mucho menos frente a Alanna.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Alanna con tono neutral, sin moverse de su lugar.
—No —respondió Sabrina de inmediato, con un deje de irritación.
Se apoyó en el reposabrazos del sofá y comenzó a caminar hacia las escaleras con pasos firmes, aunque torpes.
Alanna la siguió con la mirada, sin insistir más. Conocía bien a personas como ella: orgullosas, testarudas, incapaces de aceptar ayuda, incluso cuando la necesitaban.
Cuando Sabrina llegó al primer escalón, vaciló apenas un segundo antes de intentar subir. Pero en cuanto puso su peso sobre la pierna eq