La mansión de Enrique resplandecía con un lujo imponente. Cada detalle había sido cuidadosamente planeado para reunir a las figuras más influyentes del mundo empresarial y social. A medida que la noche avanzaba, los automóviles de lujo se alineaban en la extensa avenida privada, dejando en la entrada a distinguidos hombres y mujeres vestidos con la más absoluta elegancia.
Desde la gran escalinata de mármol, la música en vivo de los músicos llenaba el ambiente, acompañada por el suave murmullo de las conversaciones. Al ingresar, los invitados eran recibidos por un vestíbulo decorado con enormes arreglos florales en tonos blancos y dorados, candelabros que proyectaban un brillo cálido sobre las paredes y una selección de vinos añejos que circulaban en bandejas de plata.
Enrique se aseguraba de recibir personalmente a cada uno de sus invitados más importantes, mostrando su acostumbrado carisma y dominio de la situación.
Alanna respiró hondo, tratando de ignorar la tensión que le oprimía