Alanna cerró la puerta de su casa y apoyó la espalda contra ella, sintiendo el peso de todo lo que había sucedido.
Su pecho subía y bajaba con respiraciones irregulares.
No podía creerlo.
No podía procesarlo.
Las palabras de Enrique seguían repitiéndose en su cabeza como un eco imposible de acallar.
"Alanna… te amo."
Había sido real. No una alucinación. No un malentendido.
Su mejor amigo, el hombre que había estado a su lado en los momentos más difíciles, la amaba desde siempre.
Y ella…
Ella jamás lo había visto venir.
Se dejó caer sobre el sofá, presionando las yemas de los dedos contra sus sienes, como si pudiera ahuyentar la confusión con solo tocarse.
¿Qué se suponía que debía hacer ahora?
No tenía una respuesta.
Los días pasaron, pero la inquietud permaneció.
Por primera vez en su vida, evitó a Enrique.
Dejó de responder sus mensajes.
Cuando su teléfono sonaba con su nombre en la pantalla, el corazón le daba un vuelco… y aun así, no contestaba.
No porque quisiera lastimarlo.
Sino