La música suave flotaba en el aire, mezclándose con el murmullo de conversaciones y el tintineo de copas. Alanna se movía entre los invitados con una elegancia calculada, evitando permanecer demasiado tiempo en un solo lugar. Sabía que Enrique estaba cerca. Lo sentía. Su mirada ardiente sobre ella, como un peso invisible que la hacía sentir atrapada.
No podía enfrentarlo. No después de todo.
—Alanna.
La voz de Enrique se alzó entre el bullicio, firme y segura.
Alanna cerró los ojos un segundo antes de girarse lentamente. Lo encontró de pie a pocos metros, mirándola con esa intensidad que la desarmaba. Vestía un traje oscuro perfectamente ajustado a su cuerpo, su postura era relajada, pero sus ojos... sus ojos le exigían una conversación que ella no estaba lista para tener.
—Enrique —respondió con una leve inclinación de cabeza, fingiendo calma.
—¿Puedo hablar contigo un momento? —preguntó, dando un paso hacia ella.
Alanna sostuvo su copa con más fuerza.
—Estoy ocupada.
Él esbozó una l