Los días pasaron con una extraña pesadez en el ambiente.
Alanna lo notó casi de inmediato.
Leonardo había cambiado.
No fue un cambio abrupto ni escandaloso. No hubo gritos, ni discusiones, ni siquiera un gesto que pudiera señalar como el detonante de su comportamiento. Pero la distancia entre ellos crecía con cada día que pasaba.
Al principio, se dijo a sí misma que estaba imaginando cosas.
Que quizás Leonardo solo estaba más ocupado de lo normal, que el peso de sus responsabilidades lo tenía distraído.
Pero era algo más.
Algo silencioso y corrosivo, una distancia invisible que se extendía entre ellos sin previo aviso. Un muro invisible que él había levantado… sin pronunciar una sola palabra.
Lo notó en los pequeños detalles.
En la ausencia de gestos que antes le parecían tan naturales, tan suyos, tan inevitables.
Por las mañanas, ya no le ofrecía su brazo cuando bajaban juntos a desayunar. Antes, si ella llegaba tarde, la esperaba pacientemente al pie de la escalera, con una media so