La tarde caía lentamente sobre la ciudad, y desde la terraza de la mansión Sinisterra se podía ver cómo el cielo comenzaba a teñirse de naranjas y azules apagados. El canto lejano de los pájaros mezclado con la suave brisa daba al ambiente una paz aparente, pero dentro de la casa, esa calma era una ilusión frágil. Una tormenta silenciosa se estaba gestando.
En su habitación, Allison caminaba de un lado a otro. Llevaba el móvil en la mano, como esperando una llamada que sabía perfectamente que llegaría. Estaba inquieta. La conversación con su madre esa mañana le había dejado un sabor extraño. Aunque la señora Sinisterra había intentado fingir que creía en sus palabras, Alexa notó el cambio en su mirada, esa ligera vacilación que nunca antes había sentido. Ya no era la misma complicidad. Algo se había roto. Y lo sabía.
Fue entonces cuando sonó el teléfono. El nombre de Alexa brilló en la pantalla. Allison no dudó ni un segundo.
—¿Qué pasó? —preguntó con voz firme al contestar.
—Tenemos