El viento soplaba con fuerza esa noche. Las cortinas de la habitación ondeaban con un susurro constante mientras Alanna, recostada junto a Leonardo, no podía dejar de pensar en todo lo que sabía, en todo lo que estaba por venir.
Él se había quedado en silencio, como solía hacerlo cuando algo lo perturbaba o lo consumía por dentro. Su mirada fija en el techo, como si allí estuvieran dibujados los fantasmas de su pasado.
—Leo —susurró Alanna con voz suave, acariciando su brazo—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Claro —respondió él sin moverse, aunque su voz sonó tensa.
—¿Cómo piensas vengarte de los Sinisterra?
El silencio se hizo más denso. Leonardo cerró los ojos por un momento, como si cada palabra que iba a decir pesara toneladas. Se sentó en la cama y Alanna se incorporó con él, mirándolo con atención.
—No es una venganza cualquiera —dijo al fin—. No pienso gritarlo al mundo ni arruinarles la vida de forma impulsiva. Si aprendí algo en todos estos años… es que los monstruos se destruyen c