El silencio en la sala aún reinaba tras la exposición de Alanna. Los rostros de los ejecutivos eran una mezcla de sorpresa, vergüenza y desconcierto. Los periodistas seguían tomando fotografías, captando cada gesto, cada mirada, cada mínima reacción. Alexa, acorralada, no podía sostener la mirada de nadie.
Fue entonces cuando Leonardo, con el rostro tenso, dio un paso hacia adelante.
—Yo también tengo algo que decir —dijo con voz firme, aunque su garganta ardía por dentro.
Alanna lo miró sorprendida. No esperaba que él hablara. Y mucho menos delante de todos.
Leonardo se paró junto al proyector, tomó el control remoto y conectó su propio dispositivo. En pantalla apareció una grabación con la fecha de hacía unos días: la noche en la que se había quedado hasta tarde en la oficina. La noche en que todo cambió.
—Esa noche, estaba completamente ebrio —dijo sin rodeos—. Lo admito. Me dejé llevar por mi frustración, por mi enojo… por mi dolor. Me encerré en la oficina a beber y a lamentarme,