Y ahora entendía la respuesta. Porque si él los odiaba… era como si estuviera odiando la parte que ella aún no podía dejar ir. Esa parte rota que aún pedía ser reconocida.
Pero también… porque si él lograba destruirlos, ella temía que se destruyera a sí mismo. Que se perdiera. Que se volviera tan oscuro como quienes lo lastimaron.
—Yo también te amo, Leonardo… —susurró, y la voz se le quebró—. Pero no puedo cargar con una venganza que no me pertenece.
Se llevó las manos al rostro, secando las lágrimas antes de que pudieran rodar. No quería llorar. No más.
Ella no había nacido para eso. Había nacido para ser fuerte.
Volvió a mirar el jardín y, en un impulso, abrió la puerta del balcón. Salió descalza, caminando sobre el mármol frío. El aire le acarició el rostro. Su corazón latía con fuerza, lleno de pensamientos que no podía ordenar.
Allí, en medio de la noche, entendió algo que le dolió aún más.
Estaba enamorada de un hombre que aún no decidía a quién amar más: a ella… o a su venganz