Mundo ficciónIniciar sesiónAntonio Guzmán
Las cámaras me siguieron como un enjambre hambriento apenas crucé la puerta del juzgado hacia la calle. Micrófonos, flashes, reporteros que gritaban mi nombre como si fueran acreedores y yo un deudor acorralado. —¡Doctor Guzmán, unas palabras! —¿Ganará el caso contra Cárdenas? —¿Es cierto que lo acusan de manipular testigos? Me acomodé el saco y sonreí. Esa sonrisa que tantos odiaban, la que decía: ustedes creen que me tienen, pero ni me rozan. —Lo único que manejo es la verdad —respondí, dejando que cada sílaba sonara como un tiro al aire. Las carcajadas nerviosas de algunos reporteros me siguieron hasta la puerta del Mercedes. Mi chofer, impecable en su traje negro, me abrió como si yo fuera un rey bajando al campo de batalla. Adentro, por fin, respiraba tranquilidad. Los vidrios polarizados mantenían a raya a los curiosos. El cuero champán y los acabados finos le daban a cada trayecto el lujo y la calma de un despacho privado. La mesa desplegable era idónea para seguir trabajando; allí dejé los expedientes y la laptop. Del minibar extraje la botella de whisky de malta que me esperaba como un cómplice fiel. El auto avanzó. Afuera el mundo podía arder, pero dentro de mi espacio no había caos. Solo yo y mi ley. Hice dos llamadas: —Licenciada, si Cárdenas no paga la tercera cuota antes de las seis, demando a su madre y a su perro. No me importa si ya está preso. Colgué antes de escuchar la respuesta. La segunda llamada fue más breve. —Fiscal Morales, ¿en serio pretende venir a darme clases de moralidad? —reí con desprecio—. Cuide su cruzada, porque si pierde… nadie querrá darle un juicio de tráfico ni gratis. Colgué. Mordí el hielo del vaso como si fuera la yugular de mi rival. Entonces la pantalla empotrada en el asiento delantero encendió el noticiero. “Última hora: se mantiene la orden de captura contra Laura Martínez, acusada de intentar asesinar a la señora Emilia Borbón. Fuentes policiales aseguran que la mujer se fugó del hospital y permanece prófuga de la justicia.” El rostro de la muchacha apareció en pantalla. Joven. Exhausta. Con esa mirada perdida que tantas veces había visto en acusados que no entendían cómo funcionaba el mundo. Una pobre diabla. Levanté el vaso de whisky. El hielo tintineó como un aplauso burlón. —Brindo por el karma, señorita Martínez. Bebí de un trago. El amargor del licor me supo a victoria ajena. Y cómo no, si la muchacha había golpeado donde más dolía a los Borbón. —Doña Emilia… —murmuré con una sonrisa torcida—. El que a hierro mata… No terminé la frase. Preferí hundirme otra vez en mi rutina: correos, expedientes, llamadas. El día pintaba perfecto. Hasta que el celular vibró. Un mensaje de Andrea. “Necesito verte urgente. Ven a casa.” Fruncí el ceño. Andrea no dramatizaba jamás. El mensaje era seco, breve. El tipo de mensaje que presagiaba tormenta. —Cambia el rumbo, a la casa de mi hermana —ordené al chofer. Me serví otra copa. Necesitaba dos tragos encima para afrontar lo que sea que ella tenía para decirme. ♡⁀➷♡ La encontré esperándome en el pórtico, con un cigarrillo que temblaba entre sus dedos como si fuera dinamita encendida. —¿Qué diablos pasa, Andrea? —pregunté, ya cansado antes de escuchar. Ella no respondió enseguida. Bajó la vista hacia una maceta y luego miró hacia la puerta entreabierta de la sala. Odiaba los rodeos. Caminé directo hacia allí. Y entonces, la vi. Envuelta en mantas, con vendas improvisadas, ojeras marcadas y la respiración pesada de quien ha perdido más que sangre. Laura Martínez. La prófuga del noticiero. Solté una carcajada seca. Más que una homicida, tenía el aspecto de un alma en pena. —No me jodas, Andrea… —murmuré. Mi hermana palideció. Su silencio la delató. —¡¿Acaso perdiste la cabeza?! ¿Traer a una prófuga aquí? ¿Sabes lo que significa para ti? No, peor… ¿Para mí? —Antonio, debes escucharla. Levanté la mano, exigiendo silencio. —Siempre la misma historia contigo. ¿Crees que puedes salvar al mundo? Esto no es igual que recoger un animal de la calle. Aquí hablamos de homicidio. De la familia Borbón, nada menos. —Yo estuve allí —me interrumpió con fuerza—. Estuve cuando ellos se llevaron a su hijo. Eso me hizo girar hacia ella. —¿Qué carajo dices? —pregunté, con la voz más baja y peligrosa que pude. Andrea tragó saliva, pero se mantuvo firme. —Los vi. Se llevaron al bebé. Nadie dijo nada porque son intocables, pero yo lo vi. Y esta mujer no es una asesina. La están usando. Volví a mirar a la prófuga. Dormía, o fingía. Tenía la piel pálida, los labios partidos. No parecía un monstruo. Parecía… rota. Un cachorro herido. Eso no me gustó. No me gustaba dudar. No me gustaba sentir nada. —¿Y me pides que me convierta en cómplice? —pregunté. —Te pido que la escuches. Solté una risa mordaz. —Perfecto. Cuando despierte, le daré la bienvenida a mi tablero. Laura Martínez será una pieza más en mi juego contra los Borbón. Andrea me fulminó con la mirada. —No es un juego, Antonio. Es la vida de una madre y su hijo. —Todo es un juego, hermana —le respondí con una sonrisa helada—. Y yo siempre juego para ganar.






