Antonio
—Y bien, Gómez. ¿Estás cómodo en tu nuevo hogar temporal?
Él no había respondido nada desde que lo transferimos a su habitación asignada en Santa Mónica.
—No puedes quejarte —dije, apoyándome en el marco de la puerta—. Incluso tienes una ventana con vista al jardín, custodiado por un oficial para que no se te ocurran ideas raras, por supuesto. Pero podrás disfrutar la vida a través del cristal, el tiempo que estés aquí.
Siguió sentado en la orilla del colchón con la cabeza gacha. Suspiré. Arrastré una silla del rincón y me senté frente a él.
—Estarás a salvo unos días, mientras te recuperas. Después te llevaré a otra casa de seguridad.
Por primera vez hizo algo distinto a parecer un mueble: asintió débilmente.
—¿Estás listo para empezar a cooperar?
El silencio se volvió espeso, incómodo.
—Cuéntame algo sobre Carlos que me sirva, Gómez.
Volvió a asentir. Esa vez levantó la mirada apenas un segundo antes de cerrarla con pesadez. Coloqué mi celular en la pequeña cómoda junto a la