Lucia
He permanecido aquí.
La sala está oscura, pero no me muevo.
No lloro.
No grito más.
Incluso he perdido la fuerza para odiar.
Estoy vacía.
No calma. No en paz.
Solo... vacía.
Como si hubieran arrancado todo.
Y que el silencio, ese maldito silencio, se hubiera extendido por dentro.
Por todas partes.
Lo vi irse.
Sus pasos se volvían más pesados a medida que subía.
Su espalda erguida, demasiado erguida, como si quisiera demostrarme que aún controlaba algo.
Él huía.
Como siempre.
Pero esta vez no huía de mí.
Huía de lo que había hecho.
Y eso, lo sentí en mis huesos.
Y ahora... la casa es como él.
Grande. Fríamente hermosa.
Impecable, pero incapaz de amar.
Me duelen los brazos.
Me duelen las sienes, las costillas, en lugares dentro de mí que creía apagados.
Debería levantarme.
Buscar una salida. Romper un cristal. Correr. Gritar pidiendo ayuda.
Pero sigo aquí.
Las piernas dobladas contra mí, los puños apretados alrededor de mis rodillas.
Una posición de supervivencia, de repliegue, de