Antes de que Armyn pudiera subir al escenario, una mano fuerte se cerró alrededor de su muñeca. El contacto la obligó a girar, y ahí estaba él: Riven.
El alfa que había marcado su vida, el que la había rechazado sin siquiera mirarla con verdadera atención. Y ahora, sus ojos estaban fijos en ella como si hubiese visto un fantasma.
—Armyn… tú —su voz tembló con un desconcierto que rara vez se escuchaba en un alfa de su rango—. ¿Eres la reina Alfa de Ígnea?
La incredulidad en su rostro era tan evidente que resultaba casi insultante.
Él, que la había tildado de débil, de omega, sin importancia… no podía asimilar la verdad.
Armyn no respondió.
En lugar de eso, su lobo rugió desde lo más profundo, alzándose con una dignidad que llevaba años dormida.
Sus ojos se encendieron de un dorado intenso, un destello ardiente que iluminó la penumbra del pasillo.
El aura salió de su cuerpo como un choque de energía salvaje y antigua, la fuerza que solo una Alfa reina podía poseer.
Riven retiró la mano c