Mundo ficciónIniciar sesiónAl día siguiente.
Era luna llena, y el aire estaba impregnado de una energía palpable.
Armyn decidió que era el momento de llevar a cabo el ritual que había encontrado en el antiguo libro, un texto lleno de secretos y poder que prometía devolver a su manada a su antiguo esplendor.
Todo el consejo de lobos se reunió a su alrededor, algunos nerviosos, con la incertidumbre reflejada en sus ojos, mientras que otros parecían decididos, listos para seguirla en esta empresa arriesgada.
Era la mitad de una manada, los demás estaban dispersos, pero si tenían suerte, esta noche recibirían el aullido que los llevaría de regreso a su hogar, y los hibrimorfos finalmente atenderían las órdenes de Ígnea como siempre debió ser.
Armyn encendió las velas, su corazón latiendo con fuerza mientras se colocaba en el centro del círculo que había trazado.
La luz de las llamas danzaba, proyectando sombras que parecían cobrar vida a su alrededor.
Con una profunda inhalación, se transformó en su imponente y hermosa loba blanca, sintiendo cómo el poder fluía a través de ella.
Con un aullido que resonó en la noche, se dirigió a la luna llena, su voz elevándose en un canto ancestral.
Su loba habló con la Luna en su propio idioma, un lenguaje que solo los verdaderos Alfa podían comprender.
Entonces, todo ardió.
Las llamas se elevaron, iluminando la noche con un brillo sobrenatural.
Los lobos que la rodeaban sintieron un escalofrío recorrer sus espinas dorsales; el miedo se apoderó de ellos ante la posibilidad de que su reina loba pudiera morir en el intento.
¿Qué sería de ellos sin su líder?
La desesperación se instaló en sus corazones, y algunos intentaron acercarse para sacarla de aquel fuego devorador.
Pero justo en ese momento, un gran aullido resonó en el aire, un sonido que no era un simple grito de auxilio; era un rugido, uno terrible y potente, que despertó no solo a Reyes, Alfas y a todos los demás, sino que también resonó en lo más profundo de la naturaleza misma.
Los que pertenecían a Ígnea lo reconocieron de inmediato: era un llamado de madre, un regreso al hogar, un regreso al nido que habían perdido.
Pronto, todos llegaron, y Armyn cubrió su rostro con una máscara de oro, consciente de que demostrar quién era en ese momento sería peligroso para la manada.
Con una voz poderosa, dio una orden de Alfa, instando a los lobos que venían de otras manadas a integrarse a la suya.
Les ofreció una oportunidad de unirse, incluso si tenían otras familias, y dejó claro a los hibrimorfos que la lealtad no era una opción.
Si no obedecían a Ígnea, esta vez, sufrirían las consecuencias. La mayoría accedió, sintiendo la autoridad que emanaba de ella.
Sin embargo, había una secta que se ocultaba en la montaña Alta, conocida como la secta de Enix. Susurros de desconfianza y temor se esparcieron entre ellos.
—¡Dicen que la reina Alfa de Ígnea volvió! Dicen que es tan poderosa que puede hacer que todos cumplan órdenes, incluso sin un Alfa —murmuró uno de los miembros, su voz temblorosa.
—Vamos a atraparla. Si logro tenerla conmigo y aparearme con ella, si ella se une a mí, los hibrimorfos habremos ganado la guerra —respondió otro, sus ojos brillando con ambición.
***
Meses después, el reino de Ígnea vivía en su antiguo esplendor.
Poderosos, abundantes y temerarios, los hibrimorfos ya no eran una amenaza.
Si lo eran, solo eran salvajes que debían ser capturados.
Los lobos de Ígnea iban tras ellos, logrando convertir a los rebeldes en dóciles y obedientes.
Esto se debía a una historia antigua: cuando los híbridos surgieron durante la era dorada de Rosso, se les permitió vivir ahí y aparearse con lobos puros.
Pero cuando las malformaciones y poderes antinaturales comenzaron a manifestarse, fueron desterrados del reino.
La manada Ígnea, liderada por su rey Alfa, los recibió, pero con una condición: una total obediencia.
Así, firmaron un pacto de obediencia, un juramento sellado con sangre y ante la Diosa Luna, un vínculo irrompible.
Por eso, cuando los hibrimorfos se rebelaron, Ígnea cayó, pero ellos también.
Ahora, todo parecía volver a la normalidad.
Muchas manadas sentían celos de Ígnea; algunos los admiraban, pero nadie conocía a su Reina Alfa.
Se decía que era poderosa, hermosa, y que no necesitaba de un macho Alfa, lo que despertaba el interés de muchos que deseaban conquistarla.
Hacerlo podría traer beneficios incalculables a sus manadas.
***
En el reino Ígnea, los gritos de la Reina Alfa resonaban en los pasillos, aunque nadie lo sabía.
Lo habían ocultado bien.
Armyn estaba dando a luz a un cachorro, un varón perfecto y sano, que se convirtió en la esperanza para la manada.
Cuando lo tuvo en sus brazos, no pudo evitar recordar a Riven. Su corazón estaba endurecido y roto, pero ese pequeño cachorro le recordó el amor que una vez le dio y el desprecio que había sentido hacia ella.
Lejos de ahí
Riven despertó en medio de esa noche, sintiendo una conexión inexplicable que no podía entender.
En su interior, supo que extrañaba a Armyn, a su mate destinada. Aún no aceptaba a Tena como su Luna, y la confusión lo atormentaba.
—Aún espero que vuelvas, pero… Armyn, ¿dónde estás? —pensó, sin saber que ahora había algo inquebrantable que los unía, un lazo que ni la distancia ni el tiempo podrían romper.
HOLA, DÉJAME TUS COMENTARIOS O RESEÑAS GRACIAS POR LEER REGÁLAME TU LIKE EN EL CAPÍTULO







