Cinco años después.
El salón del trono se hallaba en penumbra, iluminado apenas por las antorchas que ardían con un fuego azul.
El aire olía a hierro, a ceniza y a poder contenido. S
entada en el trono, la Reina Alfa observaba en silencio el mapa extendido frente a ella: cada territorio marcado con trazos rojos, cicatrices de una guerra que jamás olvidaría.
Armyn, la Reina Ígnea, mantenía su semblante sereno, aunque por dentro ardía una tormenta.
El único que conocía su verdadera identidad era Alan, su Beta y protector.
Solo a él contó toda su historia, de dolor y lucha, sobre su mate y su gran rechazo.
—No hemos podido encontrar a los rebeldes Hibrimorfos —informó Alan, con la voz grave—. Los informes dicen que aún están bajo el control de Olav.
El nombre bastó para que Armyn apretara los puños. Las venas de sus manos se marcaron, el fuego interior vibró en su pecho.
Olav… el monstruo que había iniciado la guerra de sublevación.
El asesino de su linaje. El responsable de la muerte de