Tena esperaba afuera del salón de curación, caminando de un lado a otro, como una loba atrapada en su propia furia. Sus dedos temblaban, no de miedo, sino de impaciencia. Solo deseaba una cosa: que alguien saliera a anunciarle que Luna Phoebe había muerto al fin.
El silencio en los pasillos era espeso, casi insoportable. La manada entera contenía el aliento; la caída de Phoebe era un golpe que ninguno veía venir, y aunque todos la respetaban, nadie sospechaba que aquel “accidente” había sido provocado. Tena ocultaba bien su veneno.
Cuando la puerta se abrió, la curandera salió con el rostro pálido, las manos manchadas aún de hierbas medicinales.
—Luna Phoebe… —empezó con voz trémula.
Tena no esperó más.
—¿Está muerta? —preguntó con un brillo oscuro en los ojos.
La curandera negó despacio.
—No. Luna, Phoebe ha sobrevivido, pero… está en coma. Su pulso es débil, sus funciones están inestables. No sé cuándo despertará… si es que lo hace.
Tena dejó escapar un suspiro largo, aunque no era d