La noticia corrió como un incendio imposible de contener: la sacerdotisa había sido asesinada por el líder de los hibrimorfos. Apenas el mundo lobuno olió el rastro de la tragedia, la conmoción se esparció con la misma facilidad con la que el viento arrastra las hojas de un bosque entero.
En cuestión de minutos, todos hablaban de ello. Unos con miedo. Otros con rabia. Y unos cuantos, con una peligrosa mezcla de esperanza y desesperación.
Tena sintió cómo su pecho se oprimía al escuchar los rumores mientras avanzaban hacia la manada Roca Fuego. La inquietud le recorría el cuerpo como aguja ardiente. Intentó comunicarse mentalmente con Olev.
Silencio. Nada.
Un vacío helado que la hizo cerrar los dientes con fuerza. Maldijo entre dientes, frustrada… y en ese instante, una idea, un miedo, un presentimiento oscuro la atravesó como un trueno.
“Si vuelven… si regresan con la cura… esa anciana podría recuperar la voz. Podría delatarme. No puedo dejar que eso pase. Tengo que acabar con ella ant