Armyn se plantó como una roca entre la Luna Coral y los hibrimorfos que las rodeaban.
La noche olía a humedad y sangre, a metal y a tierra removida; cada aliento era una promesa de peligro. Sus ojos brillaban con la luz de la luna, y la loba Astrea rugió en su interior, desplegando todo el costado salvaje que llevaba dentro.
Los híbridos se abalanzaron en un gesto conjunto, garras y alas iluminadas por la luna; sus rostros eran una mueca de avaricia y descomposición, mitad hombre, mitad bestia, con ojos capaces de devorar la razón.
Cuando uno de ellos lanzó el primer salto hacia Coral, Armyn lanzó un rugido tan puro y feroz que el sonido vibró como un huracán entre las columnas del jardín.
Fue un grito de advertencia y desafío que tocó el miedo más primitivo de aquellos seres: retrocedieron, aturdidos.
—¿Qué diablos…? —gruñó uno, con voz cavernosa—. Dijeron que era una omega débil… ¡Pero su fuerza es brutal!
Armyn no dio tiempo a que sus dudas crecieran.
Con un movimiento tan rápido, s