Maya, una joven universitaria con una vida tranquila y ordenada, se ve obligada a enfrentar su pasado cuando recibe una invitación para asistir a una reunión de antiguos alumnos de su instituto. Aunque al principio duda en aceptar, finalmente decide ir en busca de cerrar viejas heridas y recuerdos dolorosos. Al llegar al evento, Maya se encuentra con caras familiares y viejas amistades que la transportan de inmediato a su adolescencia. Sin embargo, entre la multitud, divisa a alguien que preferiría no volver a ver: Alex, el chico que le hizo la vida imposible durante aquellos años de instituto. El reencuentro con Alex despierta en Maya una mezcla de emociones. Por un lado, remueve antiguos resentimientos y heridas mal cicatrizadas, pero por otro, también le permite reflexionar sobre el pasado y sobre cómo ha cambiado desde entonces. De que Alex también ha cambiado y que tal vez no fue tan malo como lo recordaba.
Ler maisMe encuentro sentada en mi escritorio individual leyendo y releyendo una y otra vez las letras llamativas de diferentes fuentes y colores. Una invitación.
REUNIÓN DE ALUMNOS PROMOCIÓN 2018-2019. Viernes 24 de Noviembre 7PM ¡Ya sabéis como llegar!
En realidad era la tercera noche que me quedaba como una tonta leyendo las pocas letras de la invitación echa un poco malamente con el Microsoft Paint. Cuando recibí un correo de mi antiguo instituto no pensé mucho aunque el asunto del mensaje debió advertirme, decía: INVITACIÓN MAYA MAYNWOOD. ¿Invitación a qué iba a ser sino?
—¿Sigues pensando en si ir? —la voz de Anna resuena estridente en mi cabeza, distrayéndome de la lista de pros y contras que llevo días haciendo sobre si asistir o no—. No puede ser tan malo, de todas formas tienes que ir a ver a tu madre...
—Creo que a mi madre tampoco le haría gracia que fuera. Sabe lo mal que lo pasé y creo que sigue teniendo deudas con el psicólogo que tuvo que pagarme.
—¡Venga ya! No te pareces en nada a esa chica con metales en la boca y un sentido del gusto de m****a. Eres una mujer.
Quiero decirle que ella no me entiende porque siempre ha sido guapa, he visto fotos suyas de cuando iba al instituto y tenía pinta de ser de la clase de chica que se hubiera metido conmigo como lo hacían casi todos. Anna es rubia, pelo largo y ligeramente ondulado, y tiene los ojos grandes y marrones que parecen dos bolas de cristal preciosas que entienden todo lo que ven. Somos de la misma estatura pero de alguna forma u otra yo me siento siempre más pequeña a su lado, no sé si porque casi siempre usa zapatos con tacones o porque su amistad me es abrumadora. Sin embargo, durante los cuatro años que llevo en la universidad he aprendido a que todo me importe menos. Si mi pelo castaño y liso parece ordinario no creo que aquí nadie lo piense porque somos tantos que yo no importo; como mis ojos castaños, normales, que no parecen dos cristales preciosos como los de Anna pero son míos y a través de ellos y de mis lentillas veo el mundo ahora de una forma más madura.
También admito que fue un alivio el quitarme los aparatos dentales y las gafas redondas que me hacían ver ridícula.
—No lo sé... lo pensaré.
Suspira entre risas muy femeninas. Resbala de su cama y aunque se acaba de hacer la manipedi y ha apestado nuestra habitación compartida a esmalte, me apoya las manos con cuidado en los hombros intentando no mancharme el pelo que malamente se me está secando de la ducha.
—Es dentro de dos días, por favor... Tienes que ir y demostrarle a esos capullos que eres toda una mujer.
—Es una tontería, además. Salimos del instituto hace cuatro años, ¿este tipo de cosas no son cuando han pasado veinte o así?
—¿Y qué más da? Seguro que alguno ya está calvo.
Sigo mirando la invitación, en parte estoy tentada a afrontar mi pasado y cerrar ese capítulo de mi vida. Siento que he perdido muchas experiencias por lo que pasó y no quiero seguir aferrada a eso. Entonces ¿debería ir? ¿Debería enfrentar a todas esas personas que tanto me hicieron sufrir en el instituto?
Decido que sí. Es hora de enfrentar mis miedos y cerrar ese capítulo de mi vida de una vez por todas,
—Vale sí —accedo tras mirar en silencio la invitación por cinco minutos más. Sigo pensando que es feísima—. Iré.
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Elegí estudiar en otra ciudad porque llegué a odiar la mía. Lo pasé tan mal que tampoco me costó convencer a mi madre de mandarme lejos, ella pensó que estaría mejor y la verdad es que estoy firmemente convencida de que es la mejor decisión que he tomado jamás.
Tardo alrededor de cinco horas en ver el cartel: OREGÓN 5km. Y una vez dentro del estado tardo cosa de una hora más en llegar a mi pequeña ciudad. No se a partir de cuanto se considera pequeña o grande, pero en la carretera sigue el cartel que anuncia que hay setenta-mil habitantes. Me parecen demasiados para haberme pasado gran parte de mi vida viéndole la cara a los mismos veinte idiotas populares.
Llevo la maleta en el maletero de la tartana que uso por coche, algún día me dejará tirada pero de momento me ha traído hasta el aparcamiento de mi vieja escuela. Me quedo tras el volante, observando, aquí he pasado los peores años de mi vida y ahora cuando clavo mi mirada en la fachada amarillenta de ladrillo y las ventanas algo mal limpiadas... solo puedo pensar en que parece mucho más pequeño de lo que recordaba. Igual es porque ya no me da tanto miedo estar aquí a pesar de que me va a dar una taquicardia, o porque siento que ha pasado un mundo desde entonces y mi vida ya no está ligada a este lugar.
Antes parecía que el instituto lo era todo, tu vida entera y una micro-sociedad incluso cuando terminaban las clases. Ahora, mientras me atravieso los pasillos recuerdo todo: las veces que me tiraban los libros al suelo, cuando me mojaron un trabajo en la fuente, cuando se burlaban diciendo que de haberlo podido (porque por aquel entonces pesaba veinte kilos más) me hubieran encerrado en una taquilla, incluso al pasar frente a los baños recuerdo como odiaba mirarme al espejo mientras las chicas se retocaban el maquillaje. Lo recuerdo todo pero a su vez parece lejano.
Cuando llego al gimnasio no sé que me espero pero hay mucha gente. Esperaba que no acudieran tantos. El lugar está lleno de rostros conocidos y risas que me resultan familiares. Reconozco a algunos de mis antiguos compañeros de clase, y aunque algunos han cambiado bastante, otros parecen casi iguales que hace años. ¿Hace años? Fue hace tan solo cuatro.
—Hola, ¿tú quién eres? —me aborda una chica más bajita que yo, parece menor. Es menor, lo leo en su placa—. Yo soy Ammy. Noveno grado. Estoy de voluntaria para el reencuentro.
—Oh... Yo... Soy Maya, Maynwood. Maya Maynwood.
Pasa papeles de una lista forrada de nombres. ¿Tantos éramos? Se le suben las cejas poco pobladas: depiladas.
—¡Sí! Toma —me pega una pegatina al la camiseta—. Eres casi de las últimas. Por allí hay bebida y comida y avisaré a los tutores de que ya has llegado. Están súper emocionados de ver antiguos alumnos.
Me quedo ahí, casi apretada contra la pared porque pese a que conozco a esta gente, no son mis amigos ni mucho menos. Pienso que de haberlo sabido le habría pedido a Mary, mi hermana adolescente, que se hiciera voluntaria como esa chica para acompañarme.
—Perdona —reconozco la voz al momento y casi me pongo a temblar. Ella nunca espera que nadie le perdone por nada porque se cree un angelito diabólico—. Eres la Bellotas, ¿verdad?
Nunca supe por qué me llamaban así, supongo que para una cabeza hueca como Jane cualquier palabra le hubiera parecido buena. No creo que tuviera ni que tenga la cabeza amueblada como para pensar en algo que no sea su pelo pelirrojo perfectamente cuidado o su manicura.
—Me llamo Maya.
Sé que no le importa. Agita la mano y llama a unas chicas a las que también reconozco como si acaba de hacer un gran descubrimiento.
—¿Sabéis quién es? —medio grita y deseo no haber venido—. ¡La Bellotas! Qué fuerte, míradla.
Odio que se ria y odio que lo hagan sus amiguitas. Odio sus voces pero como diría Anna: << ¡Qué las den! Ya no son parte de mi vida >> Y tendría razón. No es como si estuviera aquí obligada y teniendo que soportar esto.
Me alejo de la pared y casi diría que parecen ofendidas.
—¿A dónde vas?
—Dónde me dé la gana, ¿qué te parece? —cuando me he alejado unos pasos mascullo—: Zorras —porque en el fondo no soy tan valiente.
Voy hasta la mesa de bebidas. A mi nadie me saluda como lo hacen entre ellos y empiezo a no saber qué hago aquí aunque sí que me alegra un poco ver a mis profesores de hace años. Algunos me ayudaron. Me debato entre coger una cerveza o servirme un zumo. Al final cojo la cerveza.
—¿Y tú eres...?
<< M****a >> La uña casi se me rompe abriendo la lata pero lo consigo y veo el líquido. Voy a necesitar muchas de estas para lidiar con Alex, supongo.
Entiendo que no me reconozca, nadie lo ha hecho, soy una extraña y hasta mi nombre lo es. Pero él sigue igual. Me repito que cuatro años no son para tanto. Sin embargo y aunque siga siendo un imponente tipo que jugaba al rugby y me saca casi tres cabezas, noto que se ha dejado crecer el pelo un poco, ¿lo tenía tan rizado? Igual se ha hecho la permanente. Y parece más cansado, apagado, con menos ganas de empujarme por los pasillos, de tirarme los libros por doquier y de robarme los deberes. Al intentar recomponerme, veo que por primera vez me está dando a mi una de esas sonrisas de chulo que antes eran solo para las animadoras. Y eso me enfada.
—Ya nos conocemos.
—¿Lo hacemos? —lee mi nombre con ojos entrecerrados y duda—. Yo creo que no. Soy Alex.
—Ya lo sé —le pego un trago a mi cerveza porque se la quiero tirar a la cabeza. Y quiero irme. ¿Por qué he pensado que esto era buena idea?—. Yo soy la Bellotas. Bueno, me llamo Maya como ya habrás visto.
Vuelve a fijarse mejor en mi, y en la pegatina. Por la cara que pone creo que se piensa que esto es una broma.
—Ya, ni de coña —suelta, pero me escudriña mejor—. Joder... ¿Maya Maynwood? ¿Tu hermana es Mary Maynwood?
¿Y este tío por qué conoce a mi hermana de quince años? Saberlo me intriga. ¿Ahora es un pervertido de menores?
—¿De qué conoces tú a mi hermana?
—Mi hermano sale con ella.
Wow. Me llevo bien con Mary pero eso no me lo había contado. ¿Lo sabrá nuestra madre? Bah, seguro que no porque mi madre odia a todos los padres de estos capullos, incluídos a estos capullos por lo que me hicieron.
—Solo espero que tu hermano sea mejor que tu.
Abre la boca pero un duo de chicos con chaquetas deportivas que parecen clones entre si lo flanquean. Me miran y tampoco saben quién soy.
—¿Y esta muñequita? —suelta uno, al que parece que se le va a caer la baba por la comisura del labio.
Espero que Alex diga quién soy, la Bellotas o la gorda asquerosa de los pasillos, como él me recuerde. Cuando yo los miro a los tres él es el más desaliñado, no lleva una chaqueta de fútbol, tiene las manos más callosas de lo que creo que las deja el fútbol y no lleva el pelo engominado sino más bien revuelto.
—Maya —dice sin embargo—. Es la hermana de la novia de mi hermano.
—Ah... —dicen los otros dos y yo me doy la vuelta.
Los siento mirarme el culo pero no sé si es uno o son los tres. Y eso en realidad no me importa porque me he esforzado para bajar de peso y como Anna me arrastra a mi a clases de pilates yo la hago ir conmigo al gimnasio casi todas las tardes.
MAYASi me hubieran advertido del dolor y el postparto, me habría pensado mejor esto de tener hijos. Sin embargo, es algo que merece la pena cuando veo a nuestro pequeño Eden apilando cubos de madera en su alfombra de juegos. O cuando se ríe tan agudo que llena toda la casa para lo grande que es. Incluso cuando corretea y siento que se me va a salir el corazón por la boca del miedo, entonces también merece la pena.—¡Papá! —chilla—. ¡Papa!Alex dice que con esa voz de pito no le extraña que haga llorar a Lucy, la hija de dos años Finch y Anna.—Creo que ahí viene —no he terminado de decirlo cuando mi hijo ya se agazapa tras la encimera.Se lleva las manos a la boca como todo niño revoltoso intentando guardar silencio. Siendo hijo mío y de Alex, no sé muy bien qué mezcla esperaba. Eden es tranquilo, risueño, un celoso de su padre cuando me besa. Alex dice que es un niño de mamá y voy a disfrutarlo todo lo que pueda.Alex aparece por el marco de la cocina descamisado y con los pantalones
ALEXHa merecido la pena cuando veo a Maya sonriendo como lo hace. Está tan feliz que se ha olvidado de que esta mañana ha estado a punto de llorar por los nervios. Aunque luego ha vuelto a llorar delante del cura y cuando la he besado sus labios estaban salados.Está siendo un gran día.—No te lo vas a creer —me viene diciendo.Sus tacones blancos, limpios a más no poder, se hunden un poco en el césped del lugar de ceremonias. Viene acelerada, arremangándose un poco la falda blanca del vestido para no tropezarse. El vestido le flipa, lleva hablando de lo bonito que es casi medio año, dudó cuando se quedó embarazada y esperaba tener que hacerle arreglos. Todo está cómo a ella le gusta, bonito y decorado con simpleza. Pero cuando sonríe ella es lo más bonito que existe hoy.—Sorpréndeme.A la mínima que puedo le echo las manos encima. La tela satinada de su vestido me resbala entre los dedos.—La novia de tu padre se está enrollando con Jeff debajo de la escalera.—No jodas.Asiente co
MAYAPara cuando Mary (por fin) se decide a volar del nido, me llama diciendo que nuestra madre parecía más aliviada que otra cosa. Denver lleva un par de años esperando a que se decida a mudarse con él, Mary lo ha atrasado porque le daba pena dejar sola a mamá.—Es que tienes veintidós años, Mary. Ya molestabas en casa. Sabes que mamá tiene sus líos, ¿verdad?—No digas que tiene sus líos —lloriquea, escucho a Denver reírse por detrás—. Es que me da cosa... Sigue sola en casa, ¿y si le pasa algo?—¿Pero qué le va a pasar? Eres una paranoica.—¿Crees que tiene novio?—¿Por qué no vas y se lo preguntas? Vives a veinte minutos de ella.—Porque igual te lo ha contado a ti.¿A mi? Llevo semanas retraída con miles de cosas más.—Que va. Te voy a colgar, Mary, tengo mucho que hacer.Tengo demasiado que hacer. Pensaba que las wedding planner se encargaban de quitarme a mi el trabajo y resulta que en todo este año de preparativos he asistido a unas once pruebas de vestido, veintemil pruebas de
MAYAAnna me ayudó a comprar el vestido. Teniendo en cuenta a la familia de Alex, he elegido uno que parece más caro y formal de lo que usaría. Las navidades pasadas cuando mi familia y Denver subieron a vernos a Seattle, cené en vaqueros y un jersey rojo.Me muevo el anillo en el dedo, nerviosa, y no dejo de pasarme las manos por la falda plisada del vestido rojo. Alex estira su mano a las mías para reconfortarme. No me suelta hasta que el taxi nos deja delante del restaurante. Creo que somos los últimos en llegar a la reserva.—Tranquila —me dice cuando nos encontramos fuera del taxi—. Es sólo una cena.Pero es una cena familiar. Sus padres no me conocen.Alex entrelaza nuestros dedos. Se acerca mi mano a los labios. Me animo a entrar, por fin. Alex me lleva de la mano entre las mesas elegantes y refinadas. Hasta no hace mucho yo todavía no pisaba este tipo de restaurantes por iniciativa propia. Ahora, de vez en cuando, Alex y yo nos vestimos bien y tenemos citas cenando en buenos si
MAYAPara cuando el espectáculo termina, Alex deja de acariciarme la espalda. Está raro, muy raro. No sé si tiene que ver con el hecho de que mañana cogemos un vuelo a Oregón para celebrar Navidad con nuestras familias juntas.Levanto las cejas esperando que se mueva. ¿Nos vamos a pasar la noche aquí de pie junto al árbol de navidad?Parpadea. Levanta la mano y me acaricia la mejilla. No tiene ni idea de lo tranquila que estoy a su lado.Me da un beso. Escueto para lo que nos gusta.—Te quiero —dice.Con el corazón revuelto como una adolescente me alzo de puntillas a sus labios.—Te quiero.Es cuando planta algo entre los dos. La boca se me cae al suelo. Las gafas me resbalan por la nariz con dramatismo desenfocándome la vista, o podrían ser las lágrimas. Debe de pensar que arrodillarse es demasiado cursi hasta para él.—Quiero que te cases conmigo. —Enseguida se corrige—. ¿Quieres casarte conmigo? Perdón, es que estoy nervioso de cojones.Intento ordenar mis propios pensamientos. Las
MAYAUn año.Ha pasado un año desde que Alex empezó a trabajar con su padre.Dos años desde que nos reencontramos en aquella reunión de antiguos alumnos.Hoy por fin planto nuestra foto enmarcada en la estantería de nuestra habitación.Estamos de alquiler y esto me basta. Llevo deseando vivir con Alex desde hace mucho tiempo, imaginándonos haciendo la compra juntos y decidiendo si comprar cortinas grises o blancas. Dice que esto es temporal. Que cuando nos acostumbremos comprará una casa tan o más grande que la de sus padres y que allí viviremos y formaremos una familia.—¿Quieres cenar pizza? —Su voz resuena sin eco. Por suerte el piso estaba amueblado y solo tendremos que preocuparnos de comprar unas cortinas y algunas cosa de cocina. No tenemos microondas.—Vale —digo y salgo de la habitación.Nunca hemos convivido como tal. Llevamos dos años viéndonos escasamente los fines de semana y algunos días de más en descansos del trabajo. Sin embargo, en las cinco horas que llevamos aquí h
Último capítulo