MAYA
Si me hubieran advertido del dolor y el postparto, me habría pensado mejor esto de tener hijos. Sin embargo, es algo que merece la pena cuando veo a nuestro pequeño Eden apilando cubos de madera en su alfombra de juegos. O cuando se ríe tan agudo que llena toda la casa para lo grande que es. Incluso cuando corretea y siento que se me va a salir el corazón por la boca del miedo, entonces también merece la pena.
—¡Papá! —chilla—. ¡Papa!
Alex dice que con esa voz de pito no le extraña que haga llorar a Lucy, la hija de dos años Finch y Anna.
—Creo que ahí viene —no he terminado de decirlo cuando mi hijo ya se agazapa tras la encimera.
Se lleva las manos a la boca como todo niño revoltoso intentando guardar silencio. Siendo hijo mío y de Alex, no sé muy bien qué mezcla esperaba. Eden es tranquilo, risueño, un celoso de su padre cuando me besa. Alex dice que es un niño de mamá y voy a disfrutarlo todo lo que pueda.
Alex aparece por el marco de la cocina descamisado y con los pantalones