212.

Corrimos agazapados por la pequeña pendiente. Nuestros lobos eran muy grandes, pero de todas formas logramos escabullirnos a través de las pequeñas colinas que hacían baches en la planicie del valle. Ángel nos guiaba poco a poco hacia el lugar en el que estaban, lo suficientemente alejado de los helicópteros y los reflectores, y unos 5 o 10 minutos después, con mi visión mejorada en la noche gracias a mi loba, pude verlos a lo lejos.

Salí corriendo hacia ellos, Ismael detrás de mí. No pude evitar abalanzarme sobre Ángel y lamerle la cara, justo como él lo hacía conmigo cuando éramos niños, cuando miró bajamás había aparecido y yo me subía sobre su regazo para recorrer la ciudad de Luna Azul, cuando entre los dos nos asomábamos por las ventanas de la casa de su maestro para espiar las clases que él le daba a Ismael. Había sido parte de mi infancia, de mi adolescencia, de toda mi vida. No recordaba que lo quería tanto hasta que pude verlo ahí y lo tuve a mi alcance.

—Me alegra que estés
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