163.
Vi, aterrado y con un poco de rabia, cómo el líquido entró en el cuerpo de Bastián.
—¿Qué hiciste? —le pregunté—. ¿Cómo pudiste hacer eso?
El lobo cayó hacia atrás, presa del dolor. Pero ahí estaba Artemisa, la luna de Flagela. Lo recibió para que no se golpeara en el suelo al caer. Lo hizo con amor, abrazándolo con fuerza y entendimiento.
Todos los presentes contuvieron el aliento, pero yo seguía preguntándole:
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué lo hiciste?
Intenté entrar en su cabeza para comprender las decisiones que tomaba, pero el lobo ya no tenía conciencia. Su mente había desaparecido. Parecía un humano normal. Eran efectos de aquella droga, de aquel suero.
Después de unos cuantos minutos dejó de retorcerse del dolor y se incorporó poco a poco. Cuando me miró a los ojos, tal vez pudo ver mi rabia, mi confusión, mi decepción, mi miedo… todas las emociones que me envolvían.
—Es mi hija —dijo—. Y tú tienes razón. ¿Cómo inspiraremos a las manadas a que peleen con su vida si nosotros, s