121.
Me quedé absurdamente paralizada en el lugar. ¿Qué otra cosa podría hacer, sinceramente? Había escuchado con claridad el sonido de una cabra al otro lado de la habitación. ¿Una cabra? Tal vez aquel lugar tenía una granja y se había escapado una cabra. Estaba *cabreando*. No sabía cómo se decía. Un perro ladraba, un gato maullaba… ¿cómo se le llamaba al sonido de una cabra?
Me di cuenta de que había pasado más de diez minutos con la perilla de la puerta en la mano. Entonces la moví despacio y la abrí. Podía sentir en mi magia que al otro lado estaba el corazón de la tormenta. Podía sentirlo en cada hueso de mi cuerpo.
Y entonces, cuando atravesé el umbral, pude verlo con claridad. Ahí, en una habitación de madera completamente y absolutamente vacía, estaba un pequeño colchón hecho de algodón blanco y puro. Y en el centro… una pequeña cabrita. Era muy pequeña. No podía superar los veinte centímetros de altura. Ni siquiera habían salido sus cuernitos.
Levantó su cabeza hacia mí e hizo su