117.
Mi mano comenzó a entrar primero, y no podía verla al otro lado, como si atravesara una espesa capa de leche. Pero, de todas formas, tenía que hacerlo. Tenía que entrar, y tenía que enfrentar lo que fuese que encontrara al otro lado. Mi cuerpo comenzó a acceder dentro del lugar, temerosa, a pesar de que se sentía extrañamente familiar por alguna razón. Pero sentí una sensación cálida, como si estuviese entrando en un horno, y aquello me detuvo a medio camino. La mitad de mi cuerpo estaba afuera, en el frío aterrador, y la otra mitad en una calidez abrumadora.
Pero entonces cerré los ojos y atravesé.
En efecto, me invadió el calor. Pude sentir el sol golpeando mi rostro, y cuando abrí los ojos me encontré en un lugar que jamás llegué a imaginar ver, mucho menos en un lugar como ese, en medio de una de las tormentas más poderosas del mundo. Era un oasis cálido y verde. Pude ver cómo el césped se extendía a kilómetros. Era una hermosa pradera. Las mariposas revoloteaban alrededor, había