—¡¿Cómo puedes dudar de mí… ahora, justo ahora?! —gritó Jessica, con la voz quebrada por la impotencia—. ¡Estoy esperando un hijo tuyo, Gregorio! ¡Y hay otra persona que afirmó que lo digo es verdad, fue tu madre! ¿También dudas de ella?
Gregorio desvió la mirada. La culpa se le instaló en los hombros como una losa.
Jessica avanzó un paso, dolida, herida.
—¿Y qué hay de mis abuelos?
—¡Tus abuelos! —insistió, alzando el tono—. Te lo he dicho, Gregorio. ¡Están completamente manipulados por Abril! ¿Acaso no me crees? ¿De verdad piensas que llegamos hasta aquí, después de todo lo que hemos vivido, para que me mires como a una extraña? ¡Dímelo! ¿Qué clase de amor es este?
Él parpadeó, y en sus ojos asomó una sombra de derrota. La voz de Jessica lo había atravesado como un cuchillo.
Entonces, sin decir más, Gregorio se acercó. Su resistencia se rompió como un dique vencido por la marea.
La abrazó con fuerza, con desesperación, con miedo.
—Lo siento… —murmuró, con la garganta cerrada—. Estoy