Greg estaba fuera de sí, su respiración irregular y su rostro rojo de ira. Abrió la puerta con violencia, sin medir fuerzas, y entró en la habitación sin esperar.
El lugar estaba en completo silencio, solo se oía el murmullo lejano de los monitores médicos. Sus ojos recorrieron la estancia, pero no vio lo que había esperado encontrar.
No había ningún hombre allí.
Solo estaba ella.
Abril, recostada en la cama, con una venda blanca que cubría su frente, el rostro pálido y los ojos cerrados.
La escena le resultó desconcertante. Su corazón dio un vuelco al verla así, débil, como nunca la había visto.
Ella estaba inmóvil, como si la vida se le hubiera escurrido entre los dedos.
Greg se quedó de pie, inmóvil, observándola. La visión de su cuerpo inerte sobre la cama le causó una sensación extraña, algo que no podía identificar, una mezcla de rabia y un dolor inexplicable.
Un escalofrío recorrió su espalda, un sentimiento que se clavó en su pecho, como si todo su ser se hubiera agitado de rep