Aníbal se quedó paralizado frente al video.
La imagen que tenía frente a él parecía una traición tangible, una herida abierta que no podía cerrar con palabras.
Sus ojos recorrieron la pantalla una y otra vez, incapaces de creer lo que veían.
Cuando finalmente levantó la mirada, sus ojos se encontraron con los de Mia, y en ellos había un torbellino de incredulidad, rabia y un dolor tan profundo que parecía que su corazón podía romperse en cualquier momento.
—Mia… ¿De verdad me engañaste? —exclamó, su voz temblando, cargada de una mezcla de furia y tristeza.
Mia lo miró, temblorosa, como si de sus propios ojos pudiera brotar una súplica silenciosa.
Sus manos temblaban, y su respiración era entrecortada, casi inaudible.
—Yo… yo no quería… —empezó a decir, su voz quebrada—. Escúchame, Aníbal, por favor, déjame explicarte…
Al escuchar su voz se quedó sin aliento, se quedó sorprendido, era ella, su Mia, no era tan inocente como él creyó.
Pero él permaneció inmóvil, como si sus piernas fuera