Ricardo caminaba con paso decidido hacia la habitación.
Pero entonces, de repente, se topó con Beth en el pasillo.
Ella estaba ahí, tan imponente como siempre, con esa mezcla de arrogancia y vulnerabilidad que solía desconcertarlo.
Sin pensarlo, la tomó del brazo con firmeza, mirando directamente a sus ojos.
—Bethany —dijo con voz profunda y decidida—, todo lo que había entre tú y yo... se acabó.
Los ojos de Beth se abrieron desmesuradamente, como si esas palabras hubieran sido un golpe directo a su pecho.
Por un instante, su orgullo se quebró y quiso aferrarse a él, a cualquier indicio de aquello que creía aún existía.
—¡No puedes hacer esto! —exclamó, la voz temblorosa, pero con una rabia contenida—. ¡Tú me amas! —y, sin más, intentó acercarse para besarlo.
Pero Ricardo fue rápido, apartándola sin piedad.
—¡Basta! —le cortó con una firmeza que no admitía discusión—. No te amo, no más. Además... seré padre. Quiero darle a mi hijo una vida mejor que la mía, y para eso... debo amar a s