—¡¿Cómo te atreves a ser tan cruel, Amancio?! —exclamó Rebeca con voz quebrada, pero llena de rabia contenida, enfrentándolo con una mezcla de indignación y dolor que le quemaba el alma.
Él la miró con frialdad, sin titubear ni una pizca.
—Lo soy, y punto —respondió, firme y directo—. Tú y Ernestina han sido peores. Acepta la realidad.
Rebeca sintió que su corazón se rompía en mil pedazos, pero aun así, con un hilo de voz suplicó:
—Mamá, lo siento... —dijo Ernestina, aun en el suelo, de rodillas.
Un nudo le estrangulaba la garganta y sus ojos se humedecieron, pero no logró aflojar la coraza que Amancio había levantado entre ellos.
—¿Me dejarás sin nada? —preguntó Rebeca con desesperación, como buscando una última luz de esperanza en medio de tanta oscuridad.
Amancio dio un paso adelante, con la mirada firme y fría.
—No, te daré diez millones de euros. Eso es mucho. Además, tendrás una residencia en el centro de la ciudad. Eso es lo que mereces, y lo sabes bien. Tómalo o déjalo. Pero e