La marcha nupcial comenzó a sonar con fuerza solemne, reverberando entre los muros antiguos de la iglesia como una promesa sagrada.
Los invitados se pusieron de pie al unísono, volteando sus miradas hacia las dos novias que avanzaban por el pasillo central, vestidas de blanco, radiantes pero con destinos tan distintos como el día y la noche.
Amadeo la vio.
Abril caminaba hacia él con el corazón latiendo a un ritmo casi insoportable.
Cada paso la acercaba al altar… y a él. Amadeo sonrió, una sonrisa genuina, emocionada, como si todo lo demás se desvaneciera salvo ella.
Cuando por fin estuvo a su lado, tomó su mano con delicadeza y la colocó a su izquierda, dándole el lugar que solo a ella le pertenecía.
Pero la calma apenas duró unos segundos.
Afuera, un alboroto repentino rompió la solemnidad. Las puertas de la iglesia se abrieron de golpe.
Ernestina salió con el rostro encendido de furia, gritando palabras incomprensibles que pronto encendieron el murmullo de los presentes. Nadie sup