En la iglesia, todo estaba preparado. Las flores colgaban como un sueño perfumado, los invitados susurraban con emoción contenida y el sacerdote ya esperaba frente al altar. El órgano había comenzado a entonar las primeras notas del himno nupcial, pero algo en el ambiente parecía no encajar del todo.
Rebeca estaba feliz. Su sonrisa era amplia, inocente, sin saber el torbellino de emociones que estaba por desatarse. Para ella, ese día marcaba el comienzo de su cuento de hadas.
Pero Amancio… Amancio no podía fingir.
Su rostro, normalmente sereno, estaba opaco, dolido. Sentía que algo en su interior se quebraba lentamente.
Tal vez presentía que las cosas no terminarían como todos esperaban. Su corazón estaba cargado de decepción y culpa. No podía creer que Amadeo fuese tan cruel y cobarde.
La novia bajó del auto, espléndida, radiante en su vestido blanco. Todos aplaudieron, sin saber que esa alegría era apenas un espejismo.
Dhalia, entre la multitud, miró a Luis con el corazón oprimido.