—La paciente tuvo mucha suerte —comenzó el doctor con voz grave, intentando contener la seriedad de sus palabras—. El bebé resistió, logró aferrarse a la vida, pero… hubo una complicación muy peligrosa. Ella consumió misoprostol.
Un silencio pesado cayó en la habitación. Ricardo apretó los puños con rabia contenida, sintiendo que el aire se le hacía denso en el pecho.
—Nos juró que nunca lo tomó por su propia voluntad —continuó el médico—. Eso es aún más alarmante. Alguien manipuló a su mujer, puso en riesgo la vida de ese bebé inocente.
Ricardo frunció el ceño, la furia comenzaba a arder en sus venas.
—Por ahora, estará en observación estricta —dijo el doctor, antes de dar media vuelta para salir—. Debe cuidarse mucho, porque el embarazo ahora es de alto riesgo.
Los ojos de Ricardo se oscurecieron con un fuego implacable.
El doctor se fue, dejándolos con esa noticia que se sentía como una sentencia.
—¿Quién? —vociferó Ricardo, una mezcla de incredulidad y furia en su voz—. ¿Quién pud