Aníbal se lanzó contra Fermín con la furia de un león defendiendo lo que le pertenecía.
Lo apartó de un empujón tan brutal que el hombre trastabilló hacia atrás, golpeándose contra el suelo, los ojos de Aníbal se volvieron feroces contra el hombre.
—¡¿Qué demonios haces?! —rugió Aníbal, y antes de que Fermín pudiera reaccionar, su puño se estrelló contra su rostro.
El golpe resonó en la sala como un trueno.
Mia se encogió en un rincón, hecha un ovillo, temblando como una niña asustada. Sus manos se aferraban a su vestido mientras intentaba contener los sollozos. Su respiración era entrecortada, presa del pánico.
La puerta se abrió de golpe y Silvia entró con el rostro desencajado.
—¡¿Cómo pueden permitir esto?! —gritó, la voz quebrada de indignación y miedo.
Aníbal no la escuchó. Sus ojos estaban clavados en Mia, llenos de una rabia que apenas lograba contener.
Se acercó a ella despacio, con cuidado, como si temiera que cualquier movimiento brusco la quebrara.
Con suavidad, tomó su br