Aníbal corrió sin mirar atrás, impulsado por un instinto que combinaba miedo, deseo y urgencia.
El aire frío golpeaba su rostro, revolviendo su cabello mientras sus pasos resonaban contra el suelo húmedo de los jardines.
Justo cuando la vio perder el equilibrio al borde de la ventana, un grito escapó de sus labios, lleno de alarma y desesperación.
Sus músculos se tensaron y extendió las manos con velocidad felina, atrapándola antes de que cayera al suelo.
No era una caída terrible, pero suficiente para dejar marcas, para hacer que cada instante importara más que nunca.
Sus ojos se encontraron por un segundo que pareció eterno.
Azul contra azul, emoción contra emoción.
El corazón de ambos latía desbocado, un compás compartido que los mantenía conectados en un espacio donde nada más existía.
La respiración se mezclaba, temblorosa, cargada de adrenalina y deseo.
Por un instante, el mundo entero desapareció: la hacienda, los sirvientes, los árboles, la tormenta de la noche anterior, todo