Al día siguiente.
Mario abrió lentamente los ojos, con la sensación de que un martillo golpeaba su cabeza.
Todo a su alrededor era un caos de recuerdos fragmentados, como si hubiese vivido una noche salvaje que su memoria se negaba a ordenar.
Estaba desnudo, tendido sobre la cama deshecha, y lo primero que notó fue la ausencia de Mia.
La buscó con la mirada, pero no había rastro de ella, solo una nota cuidadosamente colocada sobre la almohada.
La tomó con manos temblorosas y leyó en voz baja:
«Una noche maravillosa, nos vemos pronto, querido. Mia»
El hombre sonrió con satisfacción, a pesar del vacío en su mente. El orgullo masculino le inflamó el pecho, aunque una sombra de desconcierto lo carcomía.
—¿Por qué no recuerdo nada? —murmuró, frotándose las sienes con fuerza—. ¡Ah, qué locura!
Los recuerdos llegaban a él como ráfagas incompletas: la risa de Mia, la suavidad de sus caricias, la sensación de haberla poseído como nunca.
Solo con pensarlo, su corazón palpitó más fuerte y sus l