El cálido aliento del hombre rozó su cuello, recorriendo la piel de Mia con un efecto eléctrico que hizo que todo su cuerpo se estremeciera de inmediato.
Su corazón latía con fuerza desbocada, y un temblor recorrió sus piernas mientras lo observaba acercarse lentamente, con esa seguridad que emanaba poder y deseo.
Cada paso suyo parecía calcularse para hacerla arder un poco más, para dejarla al borde del abandono total.
El vestido de dormir, ligero y delicado, cayó al suelo con un susurro que apenas se escuchó en la habitación, y ella quedó desnuda ante él, vulnerable pero deseosa.
Él se quitó la camisa con movimientos lentos y seguros, y su torso quedó al descubierto, musculoso y bien definido, como la escultura de un dios griego que hubiera tomado forma en la realidad.
Mia no pudo evitar tragar saliva, fascinada por cada línea de su cuerpo, por cada sombra que la luz de la luna dibujaba sobre su piel.
Se acercaron, y sus labios se encontraron en un beso profundo, urgente, que parecía