En aquella mansión, Abril se sentía como un pájaro encerrado en una jaula dorada.
Las paredes eran elegantes, los pisos brillaban, las lámparas de cristal reflejaban destellos cálidos… pero para ella no había belleza alguna, solo la opresión de un encierro disfrazado de lujo.
Cargaba a su hijo contra el pecho, como si en sus brazos estuviera el último fragmento de libertad que le quedaba.
Lo mecían suavemente sus manos, pero por dentro su corazón latía con una mezcla de ansiedad y coraje.
Se miró en el espejo del tocador.
El reflejo le devolvió la imagen de una mujer que no reconocía: un vestido blanco sencillo, el cabello recogido con delicadeza, un maquillaje impecable que realzaba sus facciones… pero todo aquello no era más que una máscara.
Nada de eso le importaba. No era una novia, era una prisionera vestida para el sacrificio.
Tomó aire, apretó a su hijo un poco más fuerte y se obligó a bajar las escaleras.
Sus pasos resonaban como un eco en la mansión, cada uno marcando la cuen